Alejandro Simón Partal y sus himnos poéticos. Enseña los abdominales, Bowie…

El proceso de creación surge de la lectura. Matizaré esta sentencia un poco: antes de ser escritor se ha de ser lector empedernido, como ha apuntado Carlos García Gual, días antes de leer su discurso de ingreso en la Real Academia Española. El buen lector es el llamado por el oráculo para hermanarse con la palabra y, con esta, elaborar lo existente: desde Homero, pasando por los cantos populares, hasta la literatura más experimental, ha sido así. La palabra conforma la visión de nuestra realidad y se renueva constantemente, suma de varias perspectivas. Estas líneas maestras se perciben también en las declaraciones, las entrevistas o los textos sobre la propia literatura que escriben los artistas. También en poetas como Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983).

De corta trayectoria, pues su primer libro, El guiño de la chatarra (Renacimiento) se publicó en 2010, este poeta defiende la importancia de compartir el sufrimiento pues, como tantas otras cosas, puede suavizarse mediante la comunicación. La reflexión sobre la felicidad y el ser humano, que también aparecen en Nódulo Noir (Renacimiento, 2012), Los himnos abdominales (2015) y su último poemario, La fuerza viva (Pre-textos, 2017, premio de poesía Arcipreste de Hita), son sus motores poéticos, los cuales beben de algunas ideas de corte schopenhaueriano como que toda vida es sufrimiento, aunque entendiendo este como punta de lanza de la necesidad y el deseo. Pero, más allá de tales ideas, la clave en este poeta es saber que el arte es una prolongación necesaria de la vida. De ahí que los poetas como Simón Partal llamen a la juventud a implicarse en una enfermedad lingüística que podría achacarse a un bacilo gram artístico, plaga bendita que nos asola desde las primeras lluvias: todos estos cambios parten del arte mismo, de un proceso necesario de retroalimentación, siempre en perpetuo movimiento, al igual que el curso de la marea. La poesía surge de la experiencia, pero es en la curiosidad, y mediante ella el poeta debe hacerse presente, enseñar los abdominales: porque nuestra realidad / es como un insulto que ofende / sin llegar a saber realmente qué significa / y que por ello ofende aún más (“Todo en mi cuerpo es convocatoria”).

Los versos anteriores pertenecen al poemario Los himnos abdominales (2015), obra que aborda la Curiosidad, con mayúscula; la curiosidad es para Simón Partal un proceso filosófico que debe servir a la causa más pura y que posibilita el conocimiento de uno mismo, aunque la realidad se erija en testimonio de lo consabido. Tampoco debe confundirse con el esnobismo o la falsa originalidad. Para el poeta la curiosidad parte de la herencia recibida: en el poemario apreciamos el legado literario, pero también el poso que nos deja el otro: familia, amante, amigo, desconocido… Si este proceso personal acompaña a la poesía, y esta obedece a la retroalimentación, está claro que el proceso que propone Simón Partal no nos dirá nada nuevo, pero buscará que lo fundamental ilumine la vida, como en los versos de “Que el tiempo no tuviese tus medidas”: Será estar en paz / con lo que tú has patentado en mi cabeza / como paz (…). Así pues, en tiempos modernos, quien se diga adalid de lo nuevo, tan solo desea subirse al carro de la transgresión de baratillo y olvidará que el poeta no es un vendedor de novedades, sino un reparador, un creador de emociones que para respirar debe comunicarse mediante su voz poética; Alejandro Simón Partal, a través de esa consciencia, intenta proteger la validez del género: el fracaso de la poesía actual no se debe a la incidencia del género poético en la sociedad, sino a los poetas que no son capaces de hacer un examen de conciencia y averiguar por qué sus obras no logran emocionar a la gente.

El chamán poético actual no sabe lo que hace, de ahí que cree un círculo endogámico que solo busca proteger su abolengo de top manta aunque para ello ahogue al lector: para los farsantes la inmensa minoría lectora se puede sustituir por poetas embriagados de sí mismos que olviden la dimensión trascendente de la literatura. Una dimensión que, no lo olvidemos, clama por crear algo duradero. No es de extrañar que la poesía en este siglo que abarca muchos siglos se haya ido camuflando en otras artes como la música o el cine, que logran conectar mucho más eficazmente con el público; este fenómeno afecta al poeta malagueño: sus influencias son muy dispares y van más allá de sus respetados poetas -Cernuda, Gil de Biedma, un clásico como Manrique, o su amigo Glez. Iglesias- al aglutinar a gente como el cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, Pedro Almodóvar, o aun la música de David Bowie, que, precisamente, según Simón Partal en diversos encuentros, hacen pervivir la curiosidad y el verdadero arte porque trasgreden gracias a una curiosidad genuina, que busca ser duradera. Para él, son el ejemplo de poesía a seguir e intentan proyectar en el público su pasión.

En ese examen de conciencia que debe hacer al artista, Alejandro Simón Partal no ha escatimado en críticas dirigidas a los estudiosos, apalancados en sus poltronas del saber; en un encuentro universitario hecho en 2016 criticó que estos nunca desean ir más allá del canon oficial y que se conforman con malos poemas de nombres ya establecidos. Dicho vicio se fomentó en España a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, en esa misma entrevista en la Complutense, Partal reconoció que la poesía social, si bien en algunos casos estimable, seguía estando acotada a una ideología: solo se interesaba por un determinado canon, aquel que siguiese sus postulados. El cambio radical se logró a partir de los novísimos, con la evasión artística. Con ellos se recupera la senda de poetas como Cernuda, aunque con una visión del cuerpo totalmente distinta: para el poeta sevillano el cuerpo era la fuente de los problemas; a partir de los setenta, en conjunción con una liberación europea, el cuerpo será visto por los poetas españoles como el epicentro hedonista, de la vitalidad. Es en este punto, donde se ha de señalar la simbología de la que se nutre la mitología de Los himnos abdominales: en los cuerpos, en la plenitud y la finitud, en la infancia del niño que busca “en la convocatoria” la historia de los pájaros (véase el poema “También yo”), el poeta instala los hechos luminosos de la vida que ahondan en las virtudes del placer, y consuma, a su parecer, la celebración de la vida. Todo ello con un leve desasosiego que viene del pesar cernudiano y del eterno disfraz de David Bowie. En definitiva, podría entenderse que el propio autor ve su poemario como un himno a la vida con elementos más elevados y otros cotidianos que, en un sentido helénico, merecen celebración, a pesar de que la realidad pueda resultar incomprensible y hasta árida, pues todo es necesidad, hasta las palabras: Definirte es empobrecerte. / Pero no siempre con Eros basta, / no siempre (“Definirte es empobrecerte”).

Además de la curiosidad y de la simbología, un aspecto a reseñar de los Himnos son los mecanismos de creación poética. Al bucear en diversos comentarios de Simón Partal, se descubre que este aspira a conocer el arte poético, pero quizás, de forma demasiado impetuosa, destierra la forma clásica de hacer poesía a una época pretérita. En la línea de Octavio Paz, se aprecia en el malagueño la aspiración de hacer una poesía que recoja la musicalidad oral y que se olvide de la “arqueología” (métrica, rima, etc.), ya que el artista no necesita de estructuras prefijadas para elaborar la poesía de nuestra era. De ahí que para Simón Partal la poesía sin verso sea el camino para mirar al futuro. Esta idea, así enunciada, no deja de ser una boutade: lo verdaderamente importante es poder conectar con el lector y crear un elemento armónico y bello, artístico, aunque sea a partir de estructuras fijadas. Un gran ejemplo lo tenemos en la gran versatilidad de la que hace gala José Hierro en Cuaderno de Nueva York, un poemario honrado que presenta una multitud de formas poéticas al servicio de un estilo. En efecto, las formas clásicas no excluyen en la actualidad la honradez poética, no opacan una auténtica voz como así pretenden las nuevas oleadas de poetas, acomodadas en la endogamia de los círculos virtuales: al menos, Simón Partal, aunque mira con cierta condescendencia el estilo clásico, demuestra ser un dominador de la materia porque tiene lo que les falta a los titiriteros de baratillo, dueños del lupanar poético actual: a pesar de su juventud, forja una voz propia.

Con Los himnos abdominales, se hace inconfundible la firma, el estilo, aunque el poemario no rehuya del todo un cripticismo demasiado palpable -merced a sus repeticiones y elecciones léxicas- que choca con la luminosidad pregonada. Un estilo sugerente pero que en ocasiones se recrea innecesariamente en forzadas sentencias: algunos poemas invitan a la confusión, que no a la evocación, a la hora de ir más allá de la idea central del poemario, a mi parecer el concepto filosófico del yo y los otros. Sin embargo, esto no impide que la sedimentación de todo el contenido del poemario en nuestra memoria lectora, ni que no se aprecien los grandes temas que el poeta propone: la búsqueda de la esencia y la trasfiguración del cuerpo en los otros. La realidad. O más bien, su representación: Aprieto los ojos para verte / con más nitidez como quien / aprieta los puños aterrado / de miedo. / Suena tu cuerpo en esta / habitación igual que suenan / los barcos sin amarre / que llegan a puerto / tras una tempestad, y que / saben que no podrán quedarse (“Vienes a verme”).

A través de lo concreto -tal vez sea más correcto decir ‘lo físico’-, simbolizado por la luminosidad, el poeta explora los distintos panoramas que ofrece la vida (la muerte, la infancia, el refugio corporal) –lo trascendental– y cómo todo continúa a pesar de los hechos y de las decisiones tomadas –lo cotidiano-. En definitiva, los Himnos son una mirada hacia lo que está por venir, aunque lo hagan de forma descriptiva y casi determinista, pero es un determinismo que canta por el vitalismo en busca del equilibrio y la certidumbre; parece que el poeta lo tomara de la odisea de algunos maestros. Ante eso, buscando la identidad poética de Alejandro Simón Partal, solo cabe decir: enseña los abdominales, Bowie.

 

Julio Salvador

Filólogo que le da vueltas a eso de la lengua y la literatura, que no tiene precio. Para todo lo demás mastercard (y Valle-Inclán).

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