Siempre es difícil adivinar la personalidad de un poeta por sus versos. Ninguna cábala acaba por ajustarse a la realidad y, sin embargo, uno no puede evitar la tentación de crear quimeras con su nombre que, por norma general, pecan de serias y melancólicas. Amalia Bautista las aniquila con una sonrisa y un saludo efusivo. Ella y su marido nos reciben en su propia casa y, por lo que nos dicen, haremos la entrevista en lo que parece su despacho, una habitación con baldosas de madera, una estantería repleta de libros que va de pared a pared, un escritorio, una mesilla baja alrededor de la cual nos sentamos y muebles coronados con recueros de viajes.
He leído que Luis Alberto de Cuenca te conoció en una lectura de una obra teatral de Cadalso, Solaya o los circasianos, y que se enamoró de tu forma de recitar. En esa entrevista Luis Alberto daba una imagen muy mítica de esos años. ¿Podrías contarnos algo de esos primeros años de formación?
La verdad es que eso no tiene mucho que ver con la poesía. En aquellos momentos, durante el bachillerato, o sea, lo que era el B.U.P., formaba parte de un grupo de teatro de aficionados, compuesto por compañeros de clase e incluso algunos profesores. Y un investigador del C.S.I.C., Francisco Aguilar Piñal, compañero de Luis Alberto, encontró un manuscrito de Cadalso en una biblioteca, creo que en Sevilla. Lo editó, se lo publicó Castalia, y al hombre le comenzó a hacer mucha ilusión una puesta en escena de teatro leído. Le preguntó a Luis Alberto: «¿Oye, tú no conocerás gente que pueda hacerla?». Y él habló de unos amigos que estaban en un grupo de teatro: su amiga Amalia, su amigo Julio Martínez Mesanza… Fuimos nosotros, entre otra gente, los que hicimos esa lectura. Yo era Solaya, la protagonista, y Luis Alberto era el enamorado de Solaya. Teníamos muchos parlamentos compartidos. Son de estas cosas que se hacen en la adolescencia: escribes, haces teatro… Lo que te salga al paso, entonces a casi todo dices que sí.
No sólo en la adolescencia, porque hemos visto que fuiste actriz de doblaje.
Hice doblaje durante un montón de años, sí. No sé tampoco muy bien por qué, de eso de estar en casa un día viendo la tele, viendo una película y decir: «¿Esto del doblaje cómo será?». Empecé a buscar en las páginas amarillas estudios de doblaje en Madrid y los visité uno por uno, preguntándoles cómo me podía dedicar a ello. En algunos me dijeron que podía ir a ver: me metía en la sala y veía cómo lo hacían, escuchando sin molestar… Y de repente, un día, me dijeron que cuando creyese estar preparada me podían hacer una prueba. Pues eso, en algunos estudios pasé la prueba e hice algunas cosas durante un tiempo. Cuando tuve un trabajo serio, ya fue más difícil compatibilizarlo por cuestión de horarios. Y en cuanto dices unas pocas veces que no puedes se olvidan bastante de ti, la verdad. Pero bueno, durante el tiempo que duró me divertí mucho.
Hiciste Periodismo en Ciencias de la Información, en la Complutense ¿Consideras que tu formación periodística ha influido en tu forma de hacer poesía?
No, no… A no ser que lo hiciera negativamente. Me explico: empecé a estudiar periodismo porque estaba en esa edad en la que una ya tiene que decidir a qué se va a dedicar o, al menos, pensar qué se le da mejor que otras cosas. Como el mundo laboral estaba muy complicado me dije que, si me tenía que ganar la vida con algo, quizás escribir se me daba mejor que otras cosas. Así, desde el punto de vista práctico, me metí en Ciencias de la Información, pero la verdad es que me desencantó muchísimo. Ya en segundo curso estaba muy arrepentida de mi elección y me repetía que debería haber hecho filología, pero cómo iba a tirar a la basura los dos años que llevaba y empezar otra carrera… Así que decidí continuar.
No obstante, periodismo es una carrera de esas un poco de mentira, que no da para una carrera universitaria: es un oficio. Lo han llenado de asignaturas y de cursos, pero no hay contenido para llenarla. Lo único que hacen es enseñarte un poquito de todo: sociología, economía, literatura, historia, redacción… De todo un poco, insisto, pero ni eres sociólogo, ni economista, ni filólogo, ni historiador. Te dan unas pinceladillas de cada disciplina.
Parece una suerte de batiburrillo en el que conoces un poco de todo…
Alguien decía que los periodistas tenían una cultura amplia como un océano pero de un centímetro de profundidad. Porque, además, por desgracia, lo de los periodistas se ha convertido en sinónimo de los tertulianos: tienen que hablar de cualquier cosa, de lo que les importe o de lo que no. Entonces, volviendo a la pregunta, creo que a pesar de la carrera, lo que yo he leído y aprendido ha sido por mi cuenta… Parece claro que tener aficiones y lecturas te ayuda más que los propios estudios universitarios.
Pero hay una característica que se necesita en el periodismo, la sencillez, que posee tu poesía.
Yo he sido sencilla desde antes de hacer periodismo y después. Como lectora quiero leer cosas que entienda, y una vez que las entiendo puede que me emocionen. Es muy difícil emocionarse con lo que no entiendes. Supongo que si esta faceta lectora la llevas a la de poeta te sale lo mismo: si te gusta leer “claridad” no quieres hacer cosas oscuras o abstrusas o incomprensibles. También la poesía es un reflejo del pensamiento: hay personas con el pensamiento muy complicado, y yo no creo que lo tenga así. De hecho, soy muy clara. ¡Tan clara, tan clara que en ocasiones puedo parecer borde o demasiado directa! Es muy difícil cambiar tu forma de ver las cosas y de pensar y, por tanto, de decir.
O sea, la escritura es una ramificación de la personalidad.
Es que no puedes ser una persona cuando escribes y otra cuando no.
¿Dónde queda el juego de desdoblamientos y de experimentación con la identidad? Eso gustaba mucho en las Vanguardias.
Y a mí me parece muy atractivo desde fuera y muy respetable, desde luego. Pero no sé si me saldría. No lo he intentado nunca, pero a lo mejor fracasaría estrepitosamente. No lo sé. No me puedo imaginar haciendo otra cosa o la misma cosa de distinta manera a como se acomoda conmigo, con mi forma de ser.
Precisamente, tenemos anotada una cita de tu ciclo poético en la Fundación March: “El poema debe tener una estructura clara y precisa, debe decirnos cosas, y no sólo palabras, y debe tender un puente entre lo particular y lo universal, un camino de ida y vuelta que puedan recorrer autor y lector”. ¿Consideras tu poesía como de fácil alcance para el lector, que no quiere decir de consumo fácil?
Quizás, porque al menos se entiende. Se entiende en una primera lectura, porque las palabras son de uso común, las estructuras sintácticas son normales, se están contando cosas que están al alcance de cualquiera. Aunque después el poema tenga otras lecturas posibles o no se haya llegado de inmediato al sentido profundo. La primera toma de contacto es sencilla. Luego, incluso entendiéndolo, puede que no te guste y lo dejes. Pero se entiende y se inicia esa primera parte del recorrido de ir de lo particular a lo universal, y al revés.
Eso no quita que la poesía dé lugar a confusiones o a malentendidos. Con ser claro no me refiero a echar las tripas, porque eso no le importa a nadie, si el que te lee no puede identificarse de alguna manera con lo que escribes. O el extremo contrario: contar cosas que no se sabe lo que son. Y ahí también es muy difícil que el lector sienta algo, se identifique o vea situaciones reconocibles. En estos casos es muy difícil que el lector empatice: por ejemplo, hay poemas que leo en los que no sé qué me están contando, no me sitúo, no sé qué está pasando, en qué lugar, en qué momento, quién es el que hable o al que hablan.
También se dice que el poema lo termina siempre el lector y que hay significados que ni el propio poeta ha descubierto hasta que alguien se los hace ver.
¿Y eso te ha pasado?
Sí, sí. Y me ha sorprendido mucho porque, de repente, me he dicho: «jamás habría pensado en esto». Pero ha ocurrido. Y eso también es parte del poema entendible porque puesto que lo entiendo puedo asimilarlo a cosas que me dicen algo. Si no lo entiendo es muy complicado.
¿Piensas en los lectores cuando escribes?
No sé si a los demás también les pasa, pero a mí me llama muchísimo la atención y no deja de asombrarme el hecho de que haya lectores. Esto de que alguien diga: «te he leído». ¡Pero si yo no le he regalado mi libro! Si a este señor no lo conozco de nada. Pues resulta que ha ido a una librería, se ha comprado tu libro, entre los millones que hay, y se lo ha leído. Tenerlos sorprende mucho, para bien, aunque yo no me acabo de acostumbrar, porque el lector es un ente etéreo y cuando una está escribiendo un poema, en lo último que piensa es en el lector, la verdad.
Entonces, ¿es como un fantasma?
Sí, es alguien que no tiene ni cara, ni nombre, ni edad, que no se sabe muy bien dónde está, y, además, probablemente, ese lector universal no va a leer lo tuyo. Por ello, cuando lo lee es cuando dices: «¿y esto? ¡Qué maravilla!»
En todos tus poemarios tanto el amor como el desamor son temas recurrentes. Pensamos en Estoy ausente (2004) o, incluso, en Falsa pimienta (2013). Se ha llegado a decir de este último que era la culminación de una “poética del amor”: ¿consideras que tu poética está centrada en el tema amoroso? Y, en relación a ese poema entendible: ¿el lector va a poder hallar algún tipo de respuesta a esos temas?
A ver, tampoco los poemas son una cosa de autoayuda como para que el lector encuentre una respuesta a lo que le está pasando. Tampoco se trata de eso: no hay que ayudar a nadie, no hay que ofrecer respuestas a nadie. Más bien, plantear preguntas. Y si hay algo que responder, que el propio lector sea quien se responda, porque muchas veces el poeta no tiene la respuesta ni para sí mismo. Imagínate para los demás.
Y lo del amor… Siempre defiendo que en poesía está todo dicho, que las posibles temáticas son muy viejas, y que es terriblemente difícil y además inútil pretender ser original. Aparte del amor, la vida y la muerte, que eran las tres heridas de Miguel Hernández, con sus contrarios, con sus paralelismos, con sus afluentes, poco más hay de lo que se pueda hablar o nos mueva a hablar. Ahí está todo. Realmente, todos hablamos de lo mismo, luego es muy difícil encontrarte un poema que no hable de las tres heridas.
¿La originalidad es imposible?
Más que imposible, creo que es inútil querer ser original. Además, es un fracaso de antemano, porque ya está todo dicho. Y, sin embargo, seguimos diciendo cosas. A veces la originalidad ocurre como una especie de milagro, sin que uno la haya pretendido. Uno ha tenido de repente un destello, una imagen, una ocurrencia, que convierte eso en más o menos original. Pero si se va con esa intención se acaban haciendo tonterías. Si se quiere olvidar lo leído, escuchado, lo que hacen otros, la tradición… va a salir algo sin pies ni cabeza. ¿Se quieren hacer monstruos? Pues adelante, pero no será un buen poema.
Déjanos volver a lo de la poesía y la autoayuda: ¿la poesía te ha sanado a ti las heridas?
No, la poesía no sana nada ni sirve para nada, afortunadamente. Porque si sirviera para algo, perdería la gracia. Parece que todo tiene que servir para algo. Pues no, hay cosas que no sirven para nada, por ejemplo: la poesía. Porque además estamos en un mundo absolutamente utilitarista, todo tiene que tener una rentabilidad, un uso y además un beneficio. Pues no, la poesía no. Te puede gustar, pasas un buen rato leyendo un poema, pero no sirve ni al que lee ni al que escribe, más allá del disfrute. No es ni una terapia, ni un exorcismo, ni una vacuna contra nada. Yo creo que todo eso es mentira.
Quizá no sea una terapia, pero sí habla de uno mismo. Es biográfica.
Puede ser biográfica e inevitablemente lo es. Verás, yo de joven mantenía una teoría basada en la indignación que me invadía cuando alguien leía una novela y entendía que era un producto de ficción, pero cuando leía un libro de poemas entendía que era una especie de striptease anímico del autor. Y a mí aquello me molestaba mucho porque también nosotros podemos fabular, inventar, contar cosas que no son ciertas, imaginar… No todo es nuestra vida. Pero lo cierto es que a partir de Cuéntamelo otra vez mis poemas se parecían peligrosamente a mi vida. En Cárcel de amor existía un juego literario, unas puestas en escena que poco tenían que ver con la vida real, pero que en Cuéntamelo otra vez estaban cayendo por su propio peso muchas cosas biográficas que se transparentaban en los poemas. Entonces creo que a mí me ha ocurrido que a medida que he ido cumpliendo años mi poesía y mi vida se han ido pareciendo más.
¿Te has ido abriendo?
O encerrando en mí. Si ya solo hablo de mí y no de cualquier otra cosa, no me estoy abriendo sino todo lo contrario.
Pero, por ejemplo, en Falsa pimienta aparece el tópico de la ciudad y varios personajes.
Sí, pero en el fondo siempre estás hablando de ti, al menos yo. Incluso cuando parece que no estoy hablando de mí, inevitablemente estoy haciéndolo.
Falsa Pimienta sale en 2013, en un momento clave para la sociedad española, pues se producen grandes cambios debidos a la crisis económica. ¿Dirías que puede reflejar ese descontento del tiempo en el que vivimos, tener un poso social?
Claro, es que yo estoy viviendo en eso, me rodea, es mi hábitat natural, lo estoy viendo todos los días, me está afectando directamente. Puede que tenga alguna pincelada de poesía social, de poesía urbana, pero no son personajes ajenos a mí, no es un escenario que esté al margen de mi propia vida. También estoy ahí yo.
Pero, aunque quizás el yo biográfico esté latente en toda la obra pasamos de, permíteme el atrevimiento, cierto solipsismo a una mirada más amplia, aunque se hable de los mismos temas.
Bueno, quizás sí, porque también la edad te va curtiendo desde el punto de vista de no mirarte el ombligo, que los demás también lo tienen. Puede ser. Uno va perdiendo certidumbres de lo cercano: es decir, esto es lo que tengo controlado, esta soy yo, esta es mi pareja, este es mi metro cuadrado y solo voy a hablar de esto. Pues no. Se sale de la parcela y el yo se amplía.
Una de estas aperturas se aprecia con la aparición de la ciudad, que va surgiendo como tema y telón de fondo. ¿A qué se debe la irrupción de la ciudad en tu poética?
Pues surge de las fotos de Roto Madrid, un proyecto compartido con mi amigo el fotógrafo José del Río. Eso no es que me haga cobrar conciencia de dónde estoy y de que ese escenario urbano tiene que salir en mis poemas, sino que pasa de una forma bastante natural e inconsciente por mi parte. Me siento a gusto cuando veo que eso está en mis poemas, cuando me sitúo en el entorno, porque yo llevaba bastante tiempo pensando en si había alguna característica además de la edad y del sexo que me definiese como poeta urbana y no rural o campestre. Hay mucha gente que habla de la naturaleza, porque se crio allí o porque sencillamente le atrae. Pero a mí se me da menos porque forma menos parte de mí.
Metiéndonos más de lleno en tu propia producción, una de las cosas que nos ha llamado la atención es que te tomas mucho tiempo para escribir.
Muchísimo.
Y hay poemas que van saltando de un primer conjunto de poemas a otros más amplios.
Claro, es que me acaban recopilando obra, me acaban ofreciendo aparecer en antologías, y al final siempre son los mismos poemas, porque si cuentas los poemas que he escrito, son poquísimos. Veis mi listado de libros, pero al final todo es lo mismo: ¡en realidad el poema se repite hasta la saciedad! No, en serio, poemas tengo muy pocos, tal vez unos doscientos… Por ejemplo, me pueden decir que publique en un espacio más grande algo publicado en una plaquetita y dices, vale. Y el resultado es ese, que los poemas se repiten.
Precisamente, esa reutilización quizás indique que tus poemarios no tienen poemas dependientes unos de otros. Tal vez la excepción sea “Hilos de Seda”, dentro de Estoy ausente, que se podría interpretar como un poema largo dividido en otros más pequeños. Sin embargo, cuando uno de tus poemas aparece en una antología o pasa de un conjunto más pequeño a otro más amplio, ¿cambia su sentido?
Yo creo que no. Cuando me ofreció Renacimiento publicar Hilos de Seda me pidió una cosa breve, fragmentaria. Era una colección nueva que iba a tener pocas páginas, incluso me comentaron el número de poemas que querían incluir y yo, en ese momento, no sabía si iba a tener lo que me pedían. Pero empezaron a salir estas cosas de la araña y pensé que tal vez les pudiera servir para la colección. Se las ofrecí y aceptaron. Cuando surgió la oportunidad de publicar Estoy ausente supe que debía meter Hilos de seda porque formaba parte de mi discurso poético de aquel momento. Hablé con el editor de Pretextos y me dijo que sí y entonces lo puse como una parte del libro.
Entonces, desde luego, no eres de los poetas que guardan textos para esperar la correcta ocasión de ser publicados.
¡Si yo no puedo guardar textos nunca! ¡Si nunca tengo poemas para guardar! Ojalá tuviera material en los cajones para ir armando libros o ir dando inéditos cuando me los piden. Es un poco desesperante eso, porque casi nunca escribo. Pueden pasar meses y hasta años antes de volver a escribir.
Sé que, por una parte, es muy de agradecer y es un privilegio saber que tengo la posibilidad de publicar el material aun antes de tenerlo. Pero además de gratitud, da angustia, porque puedo tener personas que me pidan mi próximo libro y el próximo libro no va a salir hasta dentro de cincuenta años, si es que sale. ¡Y cada vez que los ves te preguntan cómo vas, si escribes!
¿Y eso no te motiva a incrementar el ritmo de creación?
Qué va. Esto de la poesía no tiene “motivación” externa posible, va por libre y hace lo que quiere.
Bueno, pero sabiendo que hay editores que te abren sus puertas, aunque no te motiven a incrementar tu caudal poético, sí es indicativo del tipo de poesía que haces las casas con las que has publicado: Pretextos, de Manuel Borrás, La veleta, de Andrés Trapiello, Renacimiento, de Abelardo Linares.
He tenido suerte, porque fueron ellos los que me eligieron a mí desde el principio. Estoy muy agradecida porque las cosas se hayan dado de esa manera. Y son editoriales con las que estoy encantadísima: si tuviera que elegir yo, las elegiría. Mira, Cárcel de amor sale porque en la presentación de La caja de plata de Luis Alberto de Cuenca, alguien le dice a Abelardo Linares que yo había escrito un poema estupendo. Él me preguntó si lo tenía ahí, y, claro, yo no lo tenía. Entonces me dijeron que si me acordaba que se lo escribiese en una servilleta del bar en el que estábamos. Lo escribo, y tras echarle un vistazo, Abelardo me dice que en cuanto escribiese unos veinte o treinta como ese me publicaba un poemario. Y efectivamente me lo sacó, así fue.
¿Las editoriales no te han metido prisa?
No, no, las editoriales de poesía jamás ponen una fecha. No creo que lo hagan con nadie. Hombre, a lo mejor hay quien escribe con mayor “profesionalidad”, más a destajo y que le digan un libro para tal fecha y que acepte, como si fuera un libro de prosa. Que la prosa sí es un trabajo, sobre todo cuando nos referimos a un ensayo o un texto periodístico, que serían géneros que invitan a establecer un plazo. Pero con la creación poética es muy complicado.
¿Tan diferentes son la poesía y la prosa?
Yo diferencio mucho entre un escritor y un poeta. Un escritor es el que escribe: se pone y escribe. Hay algunos que planifican su trabajo: equis horas al día o un número de páginas al final de mes. El escritor escribe. Y el poeta, no siempre o más bien casi nunca. Lo del poeta es otra cosa, es como estar a verlas venir. Es como estar siempre en una situación de expectación, pero también de incredulidad y de asombro cuando ocurre. Es como si las cosas no fuesen contigo, aunque sea ti a quien le están pasando y tú quien las hace. Creo que es un trabajo más de observación y de pensamiento que de escritura física.
¿Podríamos decir que la escritura es un oficio y que la poesía es una actitud vital?
Al menos una forma de ver y de pensar. Pero sí, lo del escritor es un oficio.
En las charlas que has ido dando a lo largo de tu trayectoria incides siempre en la importancia de dar una forma acorde a lo que se quiere expresar: ¿cabe la experimentación dentro de esa unión entre fondo y forma? Al menos, nosotros apreciamos cierta evolución en la manera de versificar.
Está todo dentro de la misma métrica, del mismo ritmo. Todos son versos de sílabas impares. La música de los acentos es prácticamente la misma: pueden ser versos de cinco, de siete, de nueve, de trece. Incluso alejandrinos, que en realidad son dos de siete. La música es más o menos la misma, como veis. Trabajo con una estructura musical o, más bien, rítmica. Experimentación no sé si hay mucha en lo mío.
¿Tampoco en la manera de organizar los poemarios?
No tengo la idea de que escriba poemarios, escribo poemas. Y cuando tengo los suficientes para sacar el libro, sale éste. Pero me resulta muy difícil pensar en un libro como en un concepto cerrado, unitario, que tiene unas características que no tienen los otros y que no tendrán los futuros si los hay. Creo que nunca me he planteado escribir un libro de poesía.
¿Son como cajones de sastre?
Los poemas se van juntando por acumulación. Y luego, claro, como corresponden a una época de tu vida hay un nexo. No son poemas dispares.
¿Serían fruto de una escritura del momento?
No tan del momento. Escribo poco, pero puedo convivir con ellos años, hasta que acaban saliendo al papel o a la pantalla del ordenador.
Y, si los poemas van madurando a lo largo del tiempo, ¿esa musicalidad, ese ritmo que atesoran tus poemas la tienes en tu cabeza cuando empiezas a escribir o la vas trabajando?
Lo tengo, lo tengo. Puedo llegar a tener un poema muchísimo tiempo en la cabeza y cuando se materializa está prácticamente escrito con el ritmo, con las palabras concretas y los versos concretos. Casi lo que hago es una transcripción.
Entonces, reescribir y corregir, poco.
Mis correcciones son previas, siempre o casi siempre.
Volviendo a lo del ritmo, ¿la musicalidad de un poema es algo que debamos exigir a un poeta?
El ritmo sí, la métrica no.
O sea, un poeta sin musicalidad no es un poeta.
Bueno, a lo mejor tiene otra musicalidad. Por ejemplo, cuando se habla de verso libre se suele adscribir a un texto sin ritmo. Pues no. El verso libre es lo más musical. Por ejemplo, La casa encendida de Rosales a mí me impactó una barbaridad. En teoría no tiene una métrica unitaria, es en buena parte verso libre, pero tiene un ritmo casi militar. Por eso, cuando se habla así del verso libre es una equivocación. En cambio, hay gente que quiere hacer poesía medida y que tiene un oído de madera. En ese caso, tal vez mejor que hiciera verso libre porque alguna música tendrá. No sé si la convencional, no sé si se ajustaría mucho a lo que le pedirían según qué lectores.
Parecería que la musicalidad y el ritmo ya no importan tanto, incluso que hay una poesía joven más interesada en la creación de imágenes y en la sugerencia.
La poesía tiene, independientemente de lo que tú quieras llamar métrica, forma, musicalidad o perfección, otra característica que está por encima de todas las demás y es que tiene que ser memorable. Porque la poesía antes no se leía, se recitaba. La poesía se canta o se recita. Se dice de memoria. Y la gente la escucha y la aprende de memoria. Y la forma de transmisión es siempre oral. Para que algo se haga memorable y tenga garantizada esa vía de transmisión oral tiene que tener un ritmo, tiene que tener una música.
Tú no te aprendes una página del Quijote, o, bueno, quizás si te la lees mucho sí. Pero te aprendes un romance. Los niños pequeños se aprenden poemas y canciones. ¿Por qué? Porque son memorables. ¿Y por qué son memorables? Porque tienen ritmo. Cuando ya la poesía está escrita en libros o plataformas digitales y la podemos leer en cualquier momento, a lo mejor ya no es tan importante el requisito de que sea memorable porque puedes acudir a ella siempre que quieras. No hace falta que la recuerdes. Puedes volver a leerla. Quizás a lo mejor hoy no es necesario que la poesía sea memorable, pero la poesía nace como algo memorable.
Pero vivimos en un mundo donde toda la memorización está muy mal vista, entonces, ¿es lícito cambiar la noción de lo que es poesía, obviar lo memorable?
Pero es como si de repente te dicen que el aceite de oliva es malo. Qué le vamos a hacer, estas cosas van y vienen. A mí la memoria me parece fundamental, aunque se haya criticado y denostado mucho en ámbitos como el educativo o el pedagógico. A mí me parece estar tirando a la basura un tesoro. Y me parece no estar cultivando una posible cualidad que es fundamental para la vida, para la visión del mundo, para la organización mental, para las decisiones que tomas, para situarte. Hasta los animales y las plantas tienen memoria porque hay que recordar lo bueno y lo malo, hay que recordar lo que nos mata y los que nos favorece, y ellos lo hacen. Entonces claro, estar desechando la memoria como una cosa que no hay que cultivar me parece una lástima, porque, además, a los niños les gusta mucho memorizar. Por eso el título de Cuéntamelo otra vez: yo tenía en ese momento hijas pequeñas y querían escuchar el mismo cuento, el mismo relato, el mismo poema con las mismas palabras: “cuéntamelo otra vez”. Y si te equivocas, los niños lo saben y te lo dicen.
A los niños les gusta reconocer las cosas y les encanta relacionarlas, que también es una actividad cerebral que se está perdiendo porque cada vez menos gente es capaz de relacionar tiempos y espacios, sensaciones con percepciones y autores con obras. Aunque no sea la obra de un autor tú puedes decir «esto me recuerda a». Ahí ya tienes un mecanismo de memoria y de relación. Y yo creo que eso cerebralmente y culturalmente es imprescindible, no solo como sociedad, sino como individuos.
Tus tópicos, tus referencias no están ocultos. Vemos pasar a personajes como Lot, Adán y Eva, Penélope, la Cava, etc. ¿Podría verse en tu obra, en los personajes que escoges en tus poemas una reivindicación feminista?
Por supuesto que hay una reivindicación. Porque normalmente los personajes femeninos, como la mujer de Lot, ni siquiera tienen nombre. Hay muchísimas mujeres en la historia a las que se recuerda como ‘la mujer de’, ‘la hija de’, ‘la madre de’. Repito, no tienen ni nombre ni casi características propias, ni historia ni nada propio. Pertenecen, por lo general, a un nombre masculino. Entonces, me parece que los protagonistas de la historia y de la literatura han sido mayoritariamente hombres y creo que ha habido demasiados personajes femeninos maltratados: han sido ninguneados, invisibilizados y olvidados. Ni siquiera han sido suficientemente reivindicados, y esto sigue ocurriendo en la actualidad. Pero bueno, parece que si echamos la vista atrás y empezamos a recuperar desde personajes bíblicos la cosa tiene aún más justificación, porque esto no es algo que nos esté pasando en las últimas décadas. Esto lleva ocurriendo así desde que el mundo es mundo y, desde luego, no me parece ni bueno ni normal.
Volviendo a temas más literarios, sería interesante que nos hablases de tus referencias. ¿Con qué poetas, coetáneos tuyos, te sientes más identificada?
Es una pregunta difícil, porque no siempre me siento identificada con mis coetáneos. También me ocurre cuando me preguntan por quién me ha influido, porque pienso que ojalá me hubiera influido la gente que me gusta. Sé que hay unas lecturas que son mis favoritas, no sé si eso se nota. Ojalá. La identificación o la influencia me la podrían asignar los demás.
Si prefieres, más que a “identificación”, podemos referirnos a cierta “afinidad”.
Ah, pero por ejemplo, yo puedo sentir afinidad con Rosario Castellanos, que no tiene nada que ver ni biográficamente conmigo, ni por edad, ni por país, ni por educación, ni por nada, pero leo cosas que me hubiera encantado escribir. O con Wisława Szymborska. O con Francisca Aguirre, una señora con la edad de mi madre, pero alguno de sus poemas se podría haber escrito ayer. Por ejemplo, puedes decirme que un poema de Carlos Marzal, un coetáneo al que quiero y admiro, está en la misma onda que yo, pero quizás no sea del todo así. Con todo esto os quiero decir que la cercanía cronológica no produce ni mayores afinidades ni identificaciones. Las afinidades son electivas.
En los últimos años han aparecido traducciones de tu obra, por ejemplo, al portugués, al árabe y al ruso. ¿Qué opinión tienes de la labor del traductor, sobre todo, con lo complicado que es traducir poesía?
Pues mira, por ejemplo, sé que las traducciones que me han hecho al portugués están geniales. La traductora de Coraçao Desabitado (Averno, 2018) es espléndida, Inês Dias, que también es poeta. Tiene el oído, la sensibilidad para el mensaje poético. Desde luego, no traduce textos jurídicos. Traducir poesía tiene un añadido: hay ocasiones en las que los traductores hacen otro poema, una versión. O, incluso, son sus propios poemas sobre el mismo tema que tocó el poeta al que están traduciendo, una paráfrasis del original. En este caso, volviendo a Coraçao Desabitado, está muy bien hecha y muy cuidada. La del árabe, la del ruso, pues no te puedo decir. Realmente no sé ni cómo sonarán mis poemas en esas lenguas, pero me hace ilusión que exista la posibilidad de que puedan ser leídos así.
Es interesante una reflexión que te he leído acerca de que todos somos poetas en potencia, y de que con el paso de los años la nómina ilimitada de poetas queda reducida a una serie de nombres representativos. ¿Para ti existe la noción de un canon, algo parecido a lo que propone Harold Bloom?
El canon se hace con el tiempo. Y con cánones de épocas pasadas, cuando el tiempo te permite distanciar lo que merece la pena y lo que no. Pero en los presentes o en los pasados muy inmediatos es muy difícil hacerlo. De hecho, todos los presentes están llenos de poetas, cada uno hijo de su momento, cada uno de un estilo, de una forma. Y es que además escribir poesía es muy sencillo, todo el mundo puede hacerlo. Primero, porque existen los medios: un lápiz, un papel, un ordenador, un móvil. Segundo, porque casi todos podemos tener esos materiales. Y tercero, porque todos tenemos ocurrencias, todo el mundo está o muy contento o sufriendo por algo. Conclusión, todo el mundo se puede poner a hacer lo que llamamos un poema.
Luego, de todos esos poetas de cada presente, el 99% desaparece. No sé si todos merecidamente. Creo que nunca sabremos hasta qué punto nos hemos perdido autores y obras del pasado que sí habrían valido la pena. Pero de pasados no tan remotos se mantienen cosas que no van a durar mucho. No son tan buenas como para perdurar, como ocurre con algún poeta del 27.
¿Cómo quién?
Mira, lo del 27 nos lo han vendido como un bloque monolítico. Todos son del 27, todos son poetas y todos son fantásticos. Pues no, hay algunos mejores que otros. Y hay algunos que no son grandes poetas, que si se presentasen a algún premio de poesía seguramente no pasarían la preselección. Estaba pensando en Jorge Guillén y Vicente Aleixandre. Y tienen muchísimo reconocimiento y aún más admiradores. Fuera de la generación del 27, Juan Ramón Jiménez me parece un poeta malo. Me parece infinitamente peor poeta que algunas mujeres de su generación o poco posteriores a las que se descartó por cursis. Perdona, pero no hay nadie más cursi que Juan Ramón. Por eso, que me dejen de lado a poetas como Concha Méndez o Josefina de la Torre porque supuestamente eran de la delicadeza femenina… ¡Pues había otros mucho más cursis que ellas!
Hay cosas que una no entiende por qué son así. En el caso del 27, quizás sea porque se estudian como un conjunto en el instituto y no se da la opción de analizar a cada uno de forma individual. Así se podrían ver mejor las cosas muy buenas que tienen y las cosas muy malas que también escribieron. Hay que derribar algunos tópicos que se dan por buenos de generación a generación.
No sé si sigues la actualidad literaria española. ¿Cómo ves el mundo literario?
Poquito. Excepto porque tengo una hija poeta, un marido poeta, un ex marido poeta, una yo poeta (risas).
¿Conoces a los autores jóvenes, supuestos herederos de la poesía de la experiencia?
Son bastante malos. No sé si por las redes sociales o por las circunstancias que se han juntado, que han permitido que tengan difusión y que estén vendiendo muchísimo. Y la gente joven los lee, no conoce otro tipo de poesía. A lo mejor los que eran jóvenes cuando yo saqué mi primer libro no se quedaban en eso, me leían y decían: «es el de una principiante, no merece mucho la pena». Probablemente tenían un bagaje de lecturas mucho más amplio. Sin embargo, los que leen a estos hacen una lectura monolítica, no tendrán otras lecturas. Y los propios poetas no tienen referencias literarias, se leen entre ellos. No saben quién es nadie, no tienen criterio, no tienen un aprendizaje real, vivido por ellos mismos como lectores. Es gente que escribe sin haber leído prácticamente nada.
Y aparte, este tipo de libros de poesía tiene características muy definitorias: todo es fragmentario, breve e inmediato. Y nadie ha pensado que eso viene dado por las herramientas tecnológicas que usan, que fomentan ese tipo de construcción textual. Eso provoca que, por lo general, lo que escriban no sean más que ocurrencias. Son frases, y muchas de ellas podrían estar en tazas del Mr. Wonderful. ¡Qué suerte tienen! Para mí es un tanto descorazonador, pero tampoco me preocupa demasiado. Es lo que os he dicho antes: todos los presentes están llenos de poetas, pues estos son los de este cuarto de hora.
Hay un argumento a favor de esa literatura accesible y es que, en teoría, al fomentar la lectura permiten que después se produzca el salto a una literatura más compleja.
No lo creo, si no lo han hecho ni ellos, no lo van a hacer sus lectores, porque, además, sus textos no tienen ninguna referencia literaria real. Quiero decir, puedes leer un libro de Luis Alberto de Cuenca con veinte años. Éste menciona una serie de elementos muy llamativos: unos libros, unos autores, tal o cual héroe, un dios griego, unos mitos, lo que sea. Y así es más fácil que te pique la curiosidad y vayas a buscar algo de eso. En estos, ¿qué puedes buscar? No son una guía de lectura ni para un joven ni para un adolescente. Al final es algo que resulta muy cómodo, porque uno se puede hacer ‘experto’ en poesía leyendo un folleto de esos. Y es igual de fácil escribirlo.
¿Y cómo crees que se ha llegado a esta situación? Es una transformación cultural en apenas quince años.
Las redes sociales han tenido mucho que ver en la expansión de esto, en su viralidad. Volvamos al 27, cuando el exilio de poetas españoles en América y el exilio interior o no exilio de los que se quedaron aquí. Se comunicaban por carta y ésta tardaba en llegar dos meses, a los que hay que sumar otros dos para la respuesta. Los cambios no podían ser tan rápidos. Y sin embargo, es curioso porque los poetas de esa época que se quedaron durante el franquismo tenían mucha más comunicación con, por ejemplo, los poetas contemporáneos mexicanos de la que han tenido después los poetas españoles con los poetas de fuera, bien del pasado inmediato o del presente. No hay una relación real, hay una relación inmediata y fragmentaria mediatizada por la tecnología, pero en realidad nadie sabe nada de nadie. Es una especie de juego de rol caótico.
¿Habría que achacarlo a un mal uso de las tecnologías?
¿Mal uso? No sé si lo es.
¿Falta de formación?
Falta de criterio, más bien. Aunque claro, este se forma o, al menos, te deben dar las herramientas para que te lo formes. Pero como estamos echando a la basura la memoria, la capacidad de relación, la crítica, el pensamiento independiente, el no-borreguismo, ¿cuál es el criterio que queda?