Cuatro mexicanos se reúnen en Madrid a ver la versión francesa de la adaptación teatral estadounidense de la novela española más importante de todos los tiempos. No, no es el inicio de un chiste: es, más bien, el principio de la historia de cómo llegué al Teatro Español a ver L’homme de La Mancha hace apenas unos días.
Ciertamente, hay obras de las que uno se enamora a primera vista, obras que nos hacen sentirnos súbitamente flechados por uno de los proyectiles del juguetón hijo de Venus. Tal me sucedió hace cuestión de un año cuando acudí a ver El hombre de La Mancha en el teatro San Rafael en la Ciudad de México invitado como prensa. Admito que no soy un devoto de los musicales. La teoría literaria dice que, al introducirnos a un texto, desde el comienzo establecemos un pacto con el mismo en el que nos comprometemos a creer todo lo que nos cuente (lo que se denomina principio de cooperatividad hiperprotegida), pero a mí, sinceramente, me cuesta trabajo creer en mundos donde la gente va cantando por las calles. A pesar de eso, esa tarde fui atravesado por una de las flechas de Cupido, lo que causó no sólo amor, sino también una herida que me movió a las lágrimas. Simplemente me encantó El hombre de La Mancha, en aquella versión de G. Viniegra y E. Delgado Fresan, dirigida por Mauricio García Lozano y producida por Morris Gilbert y Ocesa.
Tiempo después, en abril de este año, vi anunciado sobre uno de los muros del Teatro Español la obra L’homme de La Mancha. Sólo después de entrar al sitio electrónico del teatro, confirmé que se trataba de la misma obra. Aunque habrá que matizar todo. La historia, por partes, es la siguiente: en 1605 se publicó la primera parte de El Quijote; diez años después, la segunda. Tres siglos y medio después, a mediados de la década de 1960, el dramaturgo estadounidense Dale Wasserman escribió el libreto de Man of La Mancha, que llegó directamente a Broadway. Pronto, en 1968, se representó en Bruselas la primera versión francesa gracias a la traducción de Jacques Brel. Ahora, en 2019, un nuevo equipo bajo la dirección de Bassem Akiki se disponía a dar vida nuevamente al clásico. Vaya expectación.
Habrá que comenzar por hablar de lo que creó Dale Wasserman hace ya más de 50 años. En su obra teatral, Miguel de Cervantes es recluido en una cárcel de la Inquisición. Ahí, el resto de los presidiarios lo intimidan y consiguen arrebatarle las páginas donde ha escrito El Quijote. Uno de ellos en particular lo acusa de mentiroso por el simple hecho de ser poeta y, además, idealista. Él se declara culpable, pero pide una oportunidad de defenderse. Por ello comienza a contar la historia de un caballero que salió de un lugar de la Mancha para hacerse a la aventura, retomando algunos de los episodios más famosos de la obra original, tales como el combate con los molinos y el primer encuentro con Dulcinea. Así, poco a poco, el Cervantes de Wasserman va convenciendo al resto de los presidiarios de que no hay nada más noble en este mundo que ser un idealista, pensamiento que se resume en la canción The Impossible Dream (música de Mitch Leigh y letra de Joe Darion, como el resto de las canciones), que en su versión en castellano comienza así:
Soñar, lo imposible soñar.
Vencer al invicto rival.
Sufrir el dolor insufrible.
Morir por un noble ideal.
Saber enmendar el error.
Amar con pureza y bondad.
Creer en un sueño imposible.
Con fe una estrella alcanzar.
Ése es mi afán
y lo he de lograr.
No importa el esfuerzo,
no importa el lugar.
Saldré a combatir
y mi lema será:
defender la virtud aunque deba
el infierno pisar.
Porque sé que si logro ser fiel
a tan noble ideal,
dormirá mi alma en paz al
llegar el instante final.
Así la obra llega a su desenlace. Claro que podrá considerarse que éste es un Quijote hollywoodense. Quizá: un personaje, si bien de raíces cervantinas, cargado del aura de héroe de película ya no sólo idealista, sino incluso romántica. Pero es cierto que los personajes han de transformarse o morir: incluso ellos deben adaptarse —o ser adaptados— a los nuevos tiempos.
Ahora bien, ¿qué encontramos aquellas otras tres mexicanas y yo después de anunciarse la tercera llamada en el Teatro Español, sitio donde aún resuena el eco del antiguo Teatro del Príncipe? En otras palabras, ¿qué tenía de novedosa la versión dirigida por Bassem Akiki que se representó en el Teatro Español durante tan sólo tres días de mayo? Podríamos resumirlo en dos cosas: un intento por dotar al musical de Wasserman de unas pizcas de cultura popular contemporánea, y un intento de llevar al Quijote a la vida moderna de las ciudades. Me explico. Por una parte, ciertos números musicales (o al menos algunos fragmentos de ellos) adquirieron nuevos tintes al sonar e incluso ser bailados al ritmo de hip-hop. Para esto hay que imaginar que la piel de Junior Akweti, el actor que interpreta el papel de Sancho Panza, es tan oscura como los ojos de Dulcinea.
Ninguno de estos cambios —llamémosles adaptaciones, actualizaciones o simples libertades creativas— resultó excesivo, a diferencia de lo que sucede en otras obras que, en un afán de modernizar un clásico, terminan por despojarlo de su esencia. Al contrario, el texto continuaba funcionando y fluyendo.
En cuanto a llevar al Quijote a la vida moderna de las ciudades, lo que debemos imaginar ahora es que del lado derecho del escenario, debidamente suspendida, había una pantalla sobre la que se proyectaban fotografías y vídeos de sitios modernos por los que en ocasiones transitaban los propios personajes de la obra. A ratos, por ejemplo, se veía a los presidiarios caminar confundidos por las calles de alguna ciudad; a ratos sólo a Alonso Quijano, que parecía no encontrar su camino.
En algunos casos, como este último, el mensaje era evidente (siguen y seguirán existiendo personajes como el Quijote a los que este mundo les resulte demasiado pequeño para sus anhelos y su imaginación); pero en otros casos no lo era o el recurso sencillamente parecía sobrar. En esa misma pantalla, además, a ratos se proyectaba la grabación de la propia obra en tiempo real, cosa que no aportaba mucho a la obra. De hecho, en su conjunto, llegaba a haber demasiado en escena: la representación por sí misma a todo lo largo del escenario, la orquesta tocando al fondo a la derecha, por encima la pantalla con su propia narrativa y en el extremo opuesto los pequeños sobretítulos que permitían leer la traducción al español a quienes no seguían los parlamentos en francés, no sin un esfuerzo de la vista. Cualquiera podía percatarse de que aquello constituye una sobresaturación que impedía concentrar la atención en lo verdaderamente importante.
A pesar de todo, hubo unos segundos proyectados en pantalla que ameritan especial reconocimiento. Hacia el final de la obra, Sancho y Dulcinea cargan en hombros al Quijote. El director de la puesta en escena decidió que lo llevaran por el corredor central hacia la salida del teatro. Y no sólo eso, sino que incluso salieran del recinto, todo ello transmitido en vivo en la pantalla del escenario. Así que, de uno momento a otro, los espectadores vimos a tres personajes de ficción salir a la Plaza de Santa Ana y convivir con la realidad de Madrid. Eso, sin duda, merece un aplauso.
Por el resto, dirección y actuaciones impecables. Valga resaltar particularmente el papel de Ana Naqe, la soprano que dio voz a Dulcinea, haciéndola cobrar un vuelo impresionante. Música e iluminación perfectamente a la altura. La escenografía funcionaba bien, aunque modesta y pequeña, si se me permite compararla con la que se utilizó en la versión que dirigió Mauricio García Lozano en México en 2019. Creo que difícilmente olvidaré, no sólo el tamaño, sino también la envergadura e incluso el movimiento de los puentes levadizos y escaleras que daban a la prisión su frío aspecto. ¿Será que en México, como en el resto de las tierras americanas, todo es más grande que en Europa, como demostró Benjamin Franklin en su momento? ¿O que, quizá por influencia de la cultura estadounidense, estamos acostumbrados a puestas en escena espectaculares?
En fin, celebro esta representación; lamento únicamente el escaso tiempo que estuvo en escena y, por otra parte, hago votos para que próximamente se presente en español, pues aunque disfruté escuchar y cantar “Aimer jusqu’à la déchirure./ Aimer, même trop, même mal./ Tenter, sans force et sans armure,/ d’atteindre l’inaccessible étoile” no hay nada mejor que escuchar algunas de las frases más célebres del clásico cervantino en la lengua que el propio Cervantes ayudó a fijar.
Ahora, para terminar, sólo puedo pensar en la sentencia del propio caballero de la triste figura, una de las que no se encuentran en el musical, que hay que buscar entre las páginas de la novela de Cervantes: “Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro.” Sí, sin duda dichosa nuestra época que mantiene como referente —y para algunos de nosotros también como modelo— al ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha.