El trabajo se le acumula, pero eso no es óbice para que María Sánchez descuide sus inquietudes poéticas. Saca tiempo de donde no lo hay, aunque a veces confiesa que necesita ponerse algún tope, alguna marca en el calendario que le permita guiarse entre tantas cosas por hacer. La gente de Córdoba es inquieta y con carácter, la tierra llama, y eso se nota en María, nacida en 1989 en la ciudad más bonita del mundo según García Márquez. No es de extrañar, por tanto, que María se dedique a multitud de batallas: colabora habitualmente en medios digitales y de papel sobre literatura, feminismo, ganadería extensiva y medio rural. Sus poemas han sido publicados en revistas y antologías como Apuestas (La Bella Varsovia, 2014) y recientemente su primer poemario, Cuaderno de campo (La Vella Varsovia, 2017), ha visto la luz. Pero, realmente ¿quién es María Sánchez? Pues una veterinaria de campo que bebe de cualquier otro campo del saber. Así, la primera pregunta es obligada: ¿se conjugan en el poema la formación científica y la experiencia cotidiana de tu oficio?
Totalmente. De hecho, lo cuento mucho en las presentaciones del libro, Cuaderno de campo está lleno de lecturas científicas y guías de animales y aves. No es un libro que haya bebido tanto de la narrativa o de la poesía. La propia historia de mi familia, los apuntes y libros de mi abuelo, lo que me cuentan en mi día a día trabajando, todos los animales que se han cruzado por la carretera de camino a una ganadería a trabajar, pájaros que he ido aprendiendo día a día… el libro nace de todas estas semillas. Se conjuga, porque yo no las entiendo por separado. Para mí es un todo. Sí es verdad que pasa muchísimo tiempo hasta que encuentro el momento para escribir. Porque mi día a día, aunque es precioso y me encanta, tiene muchísimos madrugones y kilómetros. Implica esfuerzo físico. Intento leer todos los días, pero te reconozco que entre semana a las diez de la noche ya estoy dormida en el sofá. Me digo a mí misma, venga, el finde para escribir, pero luego no es así.
Una casa necesita tiempo: lavadoras, limpiar, cocinar… y también, para mí, escribir es un trabajo. Hay sábados y domingos que no hago nada porque estoy tan cansada que me es imposible ponerme con ello, pero es curioso, no me lo puedo quitar de la cabeza hasta que puedo volcarlo en el papel por primera vez.
¿De dónde te viene el gusto por la poesía?
Pues no lo sé. Toda mi familia, tanto por parte de madre, como por parte de padre, está totalmente ligada al campo. Es verdad que tengo un tío segundo que es profesor de literatura en la universidad de Birmingham, pero mi relación con él se hizo fuerte cuando la familia ya sabía que escribía. Los libros siempre han estado ahí para mí desde pequeña, y siempre he tenido esa necesidad de escribir acompañándome.
Para el número anterior, estuvimos charlando con Fermín Herrero —poeta, conocedor del campo y antiguo agricultor— y nos habló de Sergio del Molino y de su España Vacía. Nos dijo que le gustó, pero que había términos como ‘granja’ o ‘granjero’ que le resultaban ajenos, que no eran propios del campo español. Este equívoco en el lenguaje es anecdótico, pero alumbra la siguiente pregunta: ¿puede escribirse sobre lo rural desde la distancia, desde fuera?
Totalmente de acuerdo con Fermín. Aquí no hay granjeros: aquí hay pastores, ganaderas, jornaleros, aceituneras, agricultores, cabreros, trashumantes… es un término que no es ni siquiera nuestro. A nadie del medio rural se lo he oído. Y sí, supongo que podemos escribir de lo que queramos siempre, pero nuestro territorio tiene unos problemas muy grandes y que necesitan soluciones, y creo que es necesario y urgente que los que habitan y trabajan en el medio rural tomen el relevo. Porque tienen voz, saben escribir y, por supuesto, tienen muchísimo que contar. Es curioso que toda esta nueva literatura de lo rural, solo esté formada por hombres. La mayoría de ellos no están ligados al medio, no trabajan en él y viven en grandes ciudades. El medio rural no necesita una literatura
que la rescate, como leí el otro día en un titular. Necesita de una vez por todas que se aborden sus problemas y necesidades, que tenga los mismos servicios y el acceso a ellos que tienen todos los que viven en las ciudades. Y para mí, creo que otra narrativa es posible: nuestro territorio tiene tanto que contar… detrás del ‘paisaje’ hay tantas historias, tantas manos que cuidan y nos sustentan: razas autóctonas, palabras, labores, personas… a fin de cuentas: patrimonio.
En el «Monólogo acerca del instinto y de la entrega», de algún modo, pides la palabra o indicas que te toca hablar. El poemario ha aparecido en la mayoría de recomendaciones
y recopilatorios del 2017. ¿El éxito ha servido como amplificador de otros discursos complementarios no estrictamente poéticos?
Sí, de hecho, en las presentaciones del libro de lo que menos hablo es de poesía. Me gusta poder contar de dónde vengo, a qué me dedico, cómo es mí día a día y qué significa para mí —y para tantos— el medio rural y la ganadería.
En el poemario prima lo sensorial, concretamente, el tacto. Las manos cuidan, escriben y tocan el mundo. ¿Hasta qué punto son ellas las que descubren lo real?
Las manos son fundamentales en mi trabajo. También en el medio rural. Sin esas manos que cuidan no existiría nuestro territorio. Más que para descubrir lo real, son ellas las que hacen posible que en el mundo en el que vivo las cosas sigan siendo posibles.
El blog Las entrañas del texto pone de manifiesto tu interés por el proceso creativo. ¿De dónde viene este interés?
Cuando pienso en una imagen o me viene una idea o texto al que darle forma, me suelo obsesionar y pasar meses con esa imagen, historia o palabra. No lo puedo remediar, es algo que viene de fábrica. Por ejemplo, para mí, si no escribo las cosas antes en papel, no existen. En el proceso de escritura de mi libro, pensaba y me preguntaba mucho acerca de los procesos de creación de otros escritores y artistas. De ahí, el proyecto de Las entrañas del texto.
Y en tu caso, ¿de dónde y cómo nace el poema?
Para mí, el poema puede ser cualquier cosa, como te he contado antes, puede nacer en cualquier lado: una historia que te cuenta una ganadera, un animal que se te cruza en el carril, un libro sobre el cuidado de las encinas…
En Cuaderno de campo, la herida parece siempre anticipar la palabra. ¿En qué proporción es el dolor material o motor poético?
No es ninguno de los dos. No soporto eso que dicen de que la creación viene cuando estás mal. Yo, sinceramente, cuando estoy triste o cansada, lo último que quiero es escribir. Para mí, la herida es un símbolo, una imagen que cuenta muchas historias en Cuaderno de campo. Pero no es para nada un dolor material.
Cada vez más la mujer está reivindicando su lugar en el mundo editorial. Sin embargo, muy a menudo los términos para referirse a las mujeres escritoras pueden generar confusión. Calificativos como ‘poesía feminista’, ‘femenina’ o ‘hecha por mujeres’ brotan alegremente. ¿Estás de acuerdo con estas distinciones? Y si es así, ¿con cuál te sientes más cómoda?
No me gusta esa etiqueta de femenina o hecha por mujeres. No hacemos lo mismo con ellos, tengan la profesión que tengan: narrativa masculina, poesía masculina, cine hecho por hombres… creo que es una forma que han tenido ellos de quitarnos valor, de encerrarnos en un cajón, de apartarnos. Sí que me siento cómoda y no tengo ningún problema en que me nombren como feminista. Lo soy. Desde el momento que me di cuenta que me movía en un mundo de hombres y que todos mis referentes eran hombres, vi que algo no encajaba y que había que cambiarlo. Es más un continuo aprendizaje, creo, que una especie de carrera de fondo. Es bonito ver cómo la gente que trabaja contigo va aprendiendo y también va dándose cuenta, hay mucho que contar y enseñar, y es una labor lenta, del día a día, más allá, también, pienso, de las redes sociales.