Según el Evangelio de San Mateo, única fuente del célebre episodio además de un evangelio apócrifo, el rey judío Herodes, que gobernaba Palestina como vasallo de Roma, se preocupó enormemente cuando conoció la revelación que se había concedido a los Magos de Oriente: la noticia del nacimiento en Belén del rey de los judíos. Incapaz de imaginar ningún reino que no fuese estrictamente material, ni tuviese territorio, ejército o súbditos, Herodes entendió que su hora había llegado y urdió un plan expeditivo para proteger su vida y asegurar el trono. Resumiendo, decidió extirpar el problema de raíz y ordenó asesinar a todos los niños que hubieran nacido en Belén en los últimos dos años. Sin embargo, María, la madre del niño al que buscaban las tropas de Herodes, avisada por un ángel, había huido a Egipto y Jesús se encontraba ya a salvo. Con casi toda seguridad, en este episodio no hay apenas verdad histórica. Recuerda en exceso al nacimiento de Moisés y no hay ninguna fuente histórica que la mencione. Es, por tanto, una ficción; pero es justamente eso lo que nos interesa a los amantes del ciclismo.
Desde el punto de vista literario, toda la vida de Jesús tal y como la narran los Evangelios es un interesantísimo mito con una enorme fuerza poética y dramática. De hecho, son varios los estudiosos que han interpretado la figura de Jesús de acuerdo con el periplo del héroe descrito por Joseph Campbell. No podemos extendernos demasiado sobre las teorías de Campbell, pero el caso es que Jesús de Nazaret cumple, si no todas, al menos muchas de las características arquetípicas del héroe. Citemos solo algunas de las fases del camino del héroe según él las enuncia para ilustrarlo: la mujer como tentadora (María Magdalena), la reconciliación con el padre («¿Por qué me has abandonado?», «A ti te encomiendo mi alma») o la apoteosis.
Pues bien, desde este punto de vista, el episodio de la matanza de los inocentes tiene una importancia nada desdeñable, ya que funciona como una pequeña aventura iniciática involuntaria, como una marca de la fatalidad que empujará al héroe a acometer grandes hazañas que le convertirán en otro y al tiempo salvarán o redimirán al género humano. O a la Tierra Media, o a la Galaxia, o al mundo mágico: no es tan distinta esta pieza argumental de la necesidad de esconder a los hijos de Darth Vader o del fallido intento de asesinato de Harry Potter por parte de lord Voldemort en el primer año de vida de aquel. En todos estos casos, el héroe es una figura fronteriza. Su ambigüedad esencial radica en que, al contrario que los superhéroes, es una persona normal, con cualidades y capacidades normales, que se diferencia de los demás solo porque las tiene en grado sumo. El destino, y la aceptación de su destino, le llevan a desarrollar esas capacidades y convertirse en alguien más grande, más poderoso, más admirable que cualquiera de nosotros. Pero precisamente por eso cualquiera de nosotros puede admirarlo o tomarlo como modelo de conducta, algo que resulta imposible con figuras o personajes sobrehumanos como, digamos, Zeus Tonante, los Vengadores o Chris Froome. En fin, quizás una de las razones del enorme éxito del cristianismo fue el recordatorio simbólico que supone su propio dios y profeta de lo que hay de divino o de extraordinario en cada uno de nosotros.
Y eso es precisamente lo que algunos aficionados quizás demasiado empapados de literatura buscamos en el ciclismo: héroes, en una palabra. No estábamos teniendo suerte últimamente, pero este año… Este año ha sido de lo más sorprendente. Toda una generación de jovencísimos campeones ha irrumpido con fuerza inusitada y amenaza con expulsar a los reyes de la última década y hacerse con su trono para la próxima.
El más señalado de todos ellos es, por supuesto, Egan Bernal, ganador del último Tour de Francia. ¿Qué se puede decir de él? Este año ha ganado, además del Tour, la Vuelta a Suiza, algo que nadie conseguía desde que lo lograra Eddy Merck, el mejor ciclista de la historia, en fecha tan lejana como 1974, y aun ha añadido a su palmarés la prestigiosa París-Niza. Además, resulta ser, con veintidós años, el tercer ganador más joven del Tour, el más joven de la era moderna (desde la Segunda Guerra Mundial) y, de hecho, el más joven desde ¡1909! Mi compañero Julio, ya desesperado, opina que debería considerar seriamente presentarse a las próximas elecciones en Colombia porque, con una racha así, raro sería que no las ganara.
No menos asombroso resulta el esloveno Tadej Pogacar, dos años menor, que ha cosechado resultados algo menos brillantes pero que resisten perfectamente la comparación, con el añadido de que la de 2019 ha sido su primera temporada como profesional. En el año de su estreno, ha ganado la Vuelta al Algarve y el Tour de California, ambas carreras de la primera división, sumando también sendas etapas. Después de un descanso, corrió la Vuelta a España (primera gran Vuelta en que participaba) y terminó nada menos que tercero, ganando tres etapas de montaña.
En otras especialidades como son las clásicas y los esprines (o, de hecho, todo lo que se les ponga por delante), tenemos a dos jóvenes rivales que compaginan sin problemas aparentes el ciclocrós y el ciclismo de carretera del más alto nivel: Wout van Aert y Mathieu van der Poel. El primero, belga de veinticuatro años, además de un rendimiento sobresaliente en las carreras de primavera, ha conseguido dos victorias en la Dauphiné Libéré (en contrarreloj y al esprint, porque se impone el multitasking también en el ciclismo) y una más en el Tour de Francia (en un esprint imperial), antes de retirarse lesionado por chocar contra una valla cuando luchaba por ganar la única contrarreloj de la carrera. El segundo, holandés de veintitrés años, cierra el año con once victorias que incluyen tres importantes clásicas, entre ellas la carrera más importante en su país, la Amstel Gold Race, en la que se impuso con un esprint de casi un kilómetro. Conviene repetirlo: casi un kilómetro de esprint después de más de doscientos cincuenta y de haber pasado los cuarenta anteriores tirando de su grupo con denuedo para perseguir a los escapados. También estuvo a punto de ganar el Mundial en septiembre, pero un desfallecimiento en la última vuelta lo eliminó de la carrera, que terminó ganando Mads Pedersen, un danés de veintitrés años.
La conclusión es evidente: el futuro ya ha llegado. Ha nacido el rey de los ciclistas, o más bien toda una miríada de profetas de la nueva era. Sus victorias de este año son la estrella que nos lleva a Belén. Quizá deberíamos saludar con júbilo la llegada de toda una amplia camada de mesías, de cachorrillos del dios del ciclismo venidos de la nada para redimir este amado deporte, pero a estas alturas nos puede el escepticismo. Desengañados después de una época ya demasiado larga de superheroísmo triunfante, desconfiamos de cualquiera que muestre cualidades extraordinarias. Si el próximo gran campeón quiere ganarse nuestra admiración, exigimos que cumpla con un requisito fundamental para cualquier héroe que se precie de serlo: debe aprender, debe formarse, debe seguir fielmente el camino que han seguido todos los héroes que en el mundo han sido.
Algunas fases no dudamos de que todos ellos las cumplirán: la ayuda sobrenatural y el vuelo mágico las damos por hechas. Pero es absolutamente necesario que pasen las preceptivas pruebas de iniciación. En fin, si hay una instancia superior que rija el ciclismo y la ficción, los corresponsales de la revista TEMBLOR en el Tour de Francia nos permitimos elevar una petición: en la próxima temporada necesitamos un Herodes que descabece a cuantos pueda de estos campeones mocosos. Nos vale cualquier viejo y orgulloso rey en decadencia: Valverde, Nibali o incluso Jakob Fuglsang o, más aún, Richie Porte (siempre que consiga mantenerse sobre la bicicleta) son adecuados si aniquilan indiscriminadamente la amenaza de una nueva edad. Y si alguno de los inocentes escapa a su furia, adelante: emprenda el camino del héroe y triunfe, que nosotros le consideraremos señalado como el elegido para redimirnos.
Posdata: este artículo no es una inocentada. Sí debe serlo, en cambio, la jubilación obligada de André Cardoso, que sigue sancionado por dopaje pese a que el contraanálisis del control positivo arrojó un resultado no concluyente. En estas fechas tan señaladas, los corresponsales de TEMBLOR en el Tour de Francia recordamos con sincera emoción a este chivo expiatorio sacrificado al dios Moloch-antidopaje.