Descansa el Tour en Nîmes y todo es contraste y sorpresa en la villa clásica del anfiteatro romano y la Maison Carrée. Los periodistas no consiguen interpretar cabalmente la carrera y los ciclistas no se asoman apenas fuera del hotel, quizás para evitar el calor sofocante (tenemos treinta y siete grados cuando escribo esto e incluso mi animoso Julio ha renunciado a una escapada a los Jardines de la Fuente) o quizás para reflexionar cavilosamente sobre su situación, sea cual sea. Y es que cunde el desconcierto en este Tour imprevisible que nos recuerda sin remedio al caótico y amenazante universo barroco.
Universo inestable que había perdido su centro y se encontraba aterrorizado girando alrededor del Sol a velocidades que vale más no imaginar, como el pelotón se dispara ahora en todas direcciones una vez perdida la referencia gravitatoria del Sky, que en su avatar actual, Ineos, no es sino una sombra de lo que fue: como Quevedo, buscamos en Roma a Roma y en ella misma no la hallamos. Y si en el Barroco una súbita inseguridad frente al mundo se manifestó en todas las obras literarias en forma de engaños a los ojos e ilusiones quijotescas, igual está ocurriendo en el ciclismo profesional, que, perdido el fiel de la balanza, oscila como loco entre el esplendor y la ruina, lo trágico y lo cómico, lo sublime y lo ridículo.
Todo se nos hace extraño y, como señala un paisano escéptico mientras da de comer a los patos, es imposible saber si los gigantes de la ruta que vemos dominar la montaña no se levantan sobre pies de barro y se derrumbarán en el momento menos pensado. Hay indicios para todos los gustos: el Ineos se tambalea, el sorprendente líder se tambalea y sin embargo la afición francesa empieza a ilusionarse en un reconocible delirio chovinista fomentado por el presidente de la República con el primer ganador francés desde Hinault en 1985: si se desvanece Alaphilippe, asoma como firme esperanza Pinot, que ayer recortó casi un minuto en el último puerto. Veremos hasta dónde llega cada uno y qué líder emerge por fin de entre las ruinas del Imperio Galáctico, que no se ha repuesto aún de la caída de Quien Ustedes Saben.
Estamos, por tanto, desconcertados y a la expectativa, porque si empezamos el Tour buscando un héroe, nos encontramos con dos, y con algún otro forajido agazapado lejos de los focos. El gesticulante Alaphilippe, que atrajo toda nuestra atención en la primera semana, había sacado Excálibur de la roca ganando la contrarreloj y aguantando la ascensión al Tourmalet y, además, en una carrera barroca no hay muchos candidatos mejores que este proteico mosquetero, actor de apenas sesenta kilos capaz de interpretar los más diversos papeles y que este año ha ganado, por ejemplo, un esprín a todo el pelotón en la Tirreno-Adriático, el esprín al grupo de los mejores en la Milán-San Remo después de un ataque fabuloso en la última ascensión, la contrarreloj del Tour y, casi casi, la etapa del Tourmalet. Y, sin embargo, ayer pareció de golpe acechado por la súbita decadencia barroca, que nos recuerda la frágil debilidad de todo lo humano. No debería entristecerse porque no era, como decía Julio a comienzos de la semana, el llamado a tales hazañas, pero tampoco es su compañero Viviani, esprínter catastrófico, el llamado a tirar del pelotón en los puertos de los Pirineos y ayer mismo lo pudimos ver con nuestros propios ojos. ¿O quizá soñamos como Segismundo? Sería tranquilizador, porque nos consolaría de la miseria sobrevenida abruptamente a otro de sus compañeros, el joven Mas, esperanza española que después de una contrarreloj soberbia que le dejó cuarto en la general perdió ayer media hora por una gastroenteritis, equivalente ciclístico de las pestes medievales.
Pero tras la cena, Julio, reanimado con una copa de vino y una temperatura mucho más benévola, me hace ver las enormes posibilidades cómicas de la literatura barroca, que en realidad han doblado o triplicado en importancia en estos cinco días de carrera a todas las graves cogitaciones anteriores. La inseguridad ante el mundo, recuerda Julio, se manifiesta también en forma de disfraces, equívocos, confusiones y abundantes lances vodevilescos de los que ha habido abundantes ejemplos esta semana.
En la primera etapa de montaña (que, por supuesto, lo parecía pero no lo fue, teniendo en cuenta que llegó un pelotón de cuarenta corredores sin que hubiera un solo ataque), por ejemplo, se retiró sin motivo conocido Rohan Dennis, campeón mundial de contrarreloj, rehusando así disputar precisamente la contrarreloj del día siguiente, para la que era el principal favorito. Su propio equipo dijo no saber dónde estaba, pero al parecer todo se debió a un error en la comunicación en redes sociales. Es la quintaesencia del barroco: un aparente equívoco resulta no ser tal, sino un equívoco distinto que nos hizo ver un equívoco donde no había nada más que un abandono imposible de explicar, es decir, equívoco.
Aunque en lo que a errores de comunicación se refiere, paradójicamente es imbatible el equipo Movistar, que el sábado protagonizó una etapa digna de los hermanos Marx. En realidad esta etapa comenzó en el día de descanso, con Quintana proclamándose líder del equipo y reclamando para sí la ayuda de Landa, que, necesitado de luto, contestaba distraídamente: “No sé si iré a por etapas o a por la general”. El sábado, pues, el Movistar marcó el paso al pelotón durante toda la jornada y comenzó la ascensión al Tourmalet a un ritmo asfixiante… tanto que terminó descolgando a su supuesto líder, Nairo Quintana. Cuando los directores se dieron cuenta, y tardaron un poco (como tardaron dos kilómetros en darse cuenta de la caída de Landa en una etapa anterior), descolgaron al corredor que en ese momento marcaba el ritmo para ayudarle, pero ya era tarde y Quintana perdió más de dos minutos. Después de la etapa, Valverde le acusó de no haber avisado de que se encontraba mal y Quintana, sin mucha convicción, le contradijo algo más tarde, aunque hoy mismo ha ofrecido una nueva versión de los hechos: no avisó porque Landa estaba fuerte y quería más ritmo; “a mí no me gusta que me jodan mi momento” y a Landa, en justa correspondencia, tampoco. Quizás un abandono como el de Dennis es, después de todo, menos cómico, por lo que los enviados especiales de TEMBLOR y los admiradores de los hermanos Marx solo podemos felicitar al equipo telefónico, que ya deja atrás a Mortadelo y Filemón en su desempeño como selección nacional, y lamentar que no nos dejasen entrar en el coche del equipo para buscar a nuestra tía Micaela. Seguiremos atentos, en todo caso, a las evoluciones desde esta alegre compañía, por si ofrecieran algún nuevo gag en los Alpes.
En fin, ¿qué podemos decir? Por una vez la carrera llega abierta a la última semana y hay razones para el optimismo, aunque no sabemos si nos aferramos sólidas esperanzas o a inestables esplendores barrocos. Y aunque nuestras lecturas nos enseñen que en el Barroco a la ilusión siempre sigue el desengaño y la vitalidad apasionada es siempre sometida a la estricta norma social, el quijotismo nunca muere. En un café frente a la Maison Carrée, la perspectiva de los Alpes nos invita a elegir, en el variado y asimétrico menú de este Tour sin centro, la pompa y la alegría. Llegará, quizás, la lástima vana, pero celebremos al menos de momento que, por una vez, podemos hacer algo más con el Tour que esperar a Godot.
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