José Hierro visto a través de José Hierro

Al leer a José Hierro uno descubre a un autor incansable que se tomaba la literatura con calma, porque como el mismo José Hierro confesó en una entrevista al Rincón Literario de la UNED, “la poesía se escribe cuando ella quiere”. Como Claudio Rodríguez, Hierro se reveló como un autor que no es poeta de profesión y que tan solo buscaba la autenticidad de las cosas. Para encontrar esto, el prototipo de poeta pensado por el cántabro debe hablar igual que se habla en la realidad. Tal vez la palabra escrita jamás pueda llegar a ser tan real como la realidad misma, eterno problema que se observa en la poesía; pero el poeta de verdad huye de los artificios retóricos y consigue dar ilusión de realidad al lector. El poeta poeta logra emocionar mucho más a este que el que tan solo hace gala de una rica expresión o el que se dedica a construir llamativas sentencias atiborradas de modernez…

El pensamiento de José Hierro, basado en la “sencillez en la poesía y la tenacidad para perseguirla”, no anhelaba la obra de arte sino la emoción. No obstante, uno no puede sino matizar el entrecomillado anterior, pronunciado por el poeta santanderino: salvo que posea como Lorca, Lope o Fernando Merlo lo que podría denominarse como el Don (que no se sabe muy bien lo que es, tan solo se respira la genialidad alrededor de quien posee el Don) el poeta es un artesano que pule su trabajo y logra llegar a altas cotas de emoción: el trabajo reside en conocer la técnica. El mismo Hierro lo reconoce al erigir como principios poéticos el ritmo y la música: aún para romper ambas propiedades se debe conocerlas.

Hierro buscaba la emoción a partir del concepto. Nunca creyó que existiese equivalencia poética entre sinónimos: la coincidencia denotativa no implica coincidencia connotativa en las palabras, y  la forma de la expresión en el lenguaje poético no es disociable de la forma de contenido, ni hay la menor independencia de las partes con respecto al todo, pues cada selección paradigmática se subordina a la estructura sintagmática creada o en proceso de creación. Hierro tampoco creía en la multitud de posibilidades pregonadas por las últimas oleadas poéticas, puesto que para él la palabra dependía siempre del contexto: es decir, la calidad poética de una palabra dependerá de cómo se utilice, y por ello, si bien en la Antología consultada de la joven literatura, llegó a hablar de la necesidad de buscar el misterio en la realidad cotidiana, insistía tanto en la importancia del ritmo y de la música, ya que estas permiten llevar la poesía a cotas expresivas a las que no accede la prosa. Ritmo y música realzan la importancia del concepto.

En relación a esto, gran parte de los escribidores de pseudopoesía actuales, desencantados con los principios clásicos, verían a Hierro como un creador soberbio. Y, en parte, tendrían razón, ya que la claridad del propio pensamiento de Hierro le hacía inmune a cualquier tipo de epítetos, puesto que defendía que no existía medida para saber si un poema es bueno. Tan solo se podía saber. Curiosamente, su apasionamiento poético parece explicado por una defensa del más puro subjetivismo.

Hierro habló en múltiples ocasiones de sus referentes poéticos: Rubén Darío, San Juan, Aldana, Lope, Juan Ramón, Antonio Machado… También se refirió a la importancia que tuvo en su carrera el grupo Proel, y, en especial, José Luis Hidalgo, con quien vivió en Valencia y comenzó a discutir y leer sobre arte y literatura, caldo de cultivo necesario para profundizar en las diversas facetas de la poesía y en la poetización del lenguaje del día a día. Sin embargo, cabe destacar la figura de Gerardo Diego, quien se convirtió en uno de los grandes maestros de Hierro a través de la máxima “se debe escribir lo que no se sabe decir”. Prueba de ello sería la propia evolución de Hierro, y la forma en que encara su futuro poético tras sus años en prisión: “ante un hecho hay dos actitudes: complacerse o superarlo”. Ninguno de sus primeros poemas se refiere a la prisión, se acercan formalmente a la floritura vacua; pero Hierro no reniega de ellos, sino que los guarda con ternura, ya que simbolizan su superación poética de una experiencia dura.

Hierro defendió que la poesía puede representar al lector, aunque a través de caminos muy variados, de ahí que esté en contra de los membretes, siempre limitadores y que propician que el lector no profundice en la lectura poética. Incluso inmerso en un acontecimiento dramático, el poeta puede escribir sobre otros hechos, e igualmente puede referirse al aquí y al ahora, pero jamás podrá olvidarse de su mayor obligación: la de provocar emoción. Para Hierro era absurdo decir que se pretende escribir un determinado tipo de poesía; él, desde luego, nunca pretendió hacer poesía social, y esta declaración tiene pleno sentido en alguien que defendió la existencia de cuatro vías poéticas fundamentales y universales. En algunos de sus textos sobre poesía, el santanderino habló de diferentes tipos de poetas: los estetas, que se enfrentan directamente con la belleza; los testimoniales, que dan el testimonio de su tiempo a partir del yo y creando vínculo con un nosotros; los políticos, que dan soluciones concretas; y los religiosos, que sitúan al hombre frente a Dios. Hierro se incluye en los testimoniales, pero, a diferencia de muchos otros, no sacrifica la forma. Entiende que la belleza no puede estar ausente de la poesía. Cuando se pregunta por qué es la belleza, la respuesta no puede ser sino “el resultado de adecuar la forma al contenido”.

Existen palabras que son oportunas y otras que no lo son; quizás por ello “la poesía es el arte equidistante de la pintura y la música” como José Hierro le explicaba a la entrevistadora del Rincón Literario de la UNED. Podría decirse, ante estas reflexiones, que la palabra es el punto intermedio entre el sonido y la imagen; si no se sabe utilizar la palabra conformando sus dos facetas, la descriptiva y la musical, no se suscitará emoción poética. Esta unión entre artes nos explica la especial personalidad poética de José Hierro, uno de los poetas imprescindibles en España en el siglo XX. La poesía, fundamentalmente, no deja de ser un estado intermedio entre el delirio y la razón. Si no lo han hecho, lean Cuaderno de Nueva York (1999), testimonio de cómo la poesía puede llegar a codificar la eternidad de una vida.

José Hierro nació un día como hoy -un tres de abril- de 1922.

Julio Salvador

Filólogo que le da vueltas a eso de la lengua y la literatura, que no tiene precio. Para todo lo demás mastercard (y Valle-Inclán).

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