Nació en Langa, Ávila, el 13 de mayo de 1930. Es escritor y periodista español. Estudió Derecho y Periodismo; ejerció como redactor, subdirector y director del periódico El Norte de Castilla . Ha sido colaborador asiduo de otros periódicos nacionales ( El País, ABC y La Razón) y regionales (grupos Vocento y Promecal) y en la revista Destino.
La obra de José Jiménez Lozano es extensa y variada. Ha publicado veintiséis novelas, doce libros de cuentos, nueve poemarios y siete diarios. En 1988 recibe el Premio Castilla y León de las Letras, y un año después el Premio de la Crítica por El grano de maíz rojo. En 1992 obtiene el Premio Nacional de las Letras Españolas y, en 1999, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. En 2002, es galardonado con el Premio Miguel de Cervantes de las letras españolas por su trayectoria. En noviembre de 2017, el papa Francisco le concede la cruz ‘Pro Ecclesia et Pontifice’. Su obra ha sido traducida al francés, al alemán, al italiano, al inglés, al checo, al ruso, al islandés y al holandés. Sus tres primeros poemarios son de verso desgarrado, muestran las heridas de la historia y la caducidad de las cosas: Tantas devastaciones (1992), Un fulgor tan breve (1995), El tiempo de Eurídice (1996). Los siguientes, de versificación breve y transparente, celebran la naturaleza, hacen retratos de poetas y cómplices literarios y recogen momentos y cosas sencillas: Pájaros (2000), Elegías menores (2002), Elogios y celebraciones (2005), Anunciaciones (2008), La estación que gusta al cuco (2010) y Los retales del tiempo (2015). Las obras de José Jiménez Lozano están escritas en un castellano sencillo y su lengua actualiza la tradición oral hispánica. Las huellas de tres de nuestros clásicos están muy presentes: Cervantes, Santa Teresa de Jesús y fray Luis de León.

En sus palabras se descubren huellas del narrador cervantino, se participa de la llaneza teresiana en el contar y de la prosa frailuisiana. A la claridad de la lengua y a la presencia de los clásicos, se suman los referentes universales que nutren su mundo y le llevan a enriquecer su escritura con otros territorios: los orientales del mundo bíblico, los rusos de Dostoyevski y Tolstói, el francés de Pascal y el jansenismo, los europeos de Spinoza, Kierkegaard y los islandeses, los norteamericanos de Emily Dickinson y Flannery O’Connor. El mundo imaginario del escritor nace en este crisol de territorios y personajes, mezcla que da lugar a una gran variedad genérica: fábulas imposibles, relatos históricos, recreaciones bíblicase e historias sociales. Sus personajes están siempre escogidos de entre los más pobres y desvalidos, porque el escritor quiere ennoblecer su palabra dando la voz a los seres en desgracia. La escritura consiste precisamente en hacer memoria de ellos. Los poemarios van del grito ante las atrocidades de la historia a la celebración de la naturaleza y el elogio del ser y de la humanidad. La trayectoria artística y literaria de José Jiménez Lozano ha llegado a los lectores que han descubierto la riqueza de su arte y ha abierto un espacio de libertad en el panorama cultural español. Hoy se le puede considerar maestro de escritores españoles contemporáneos. Quizá, por todo esto, resulte sorprendente la humildad y la sencillez con la que concibe la literatura. De hecho, a Gurutze Galparsoro le respondió «porque sí» cuando le preguntó por qué se escribe. Así, nuestra primera pregunta es obligada. ¿También la poesía se escribe porque sí?
Sobre todo la poesía. Eliot ha dicho, con razón, que cada vez es más difícil hacer un poema porque pensamos que estamos haciendo un poema, lo que al fin y al cabo es lo mismo que Shelley decía. Es decir, que nadie podía decir: «voy a hacer un poema y hacerlo», porque el poema es un mero reflejo de lo que el poeta vio cuando se le presentó el poema, pero no se puede forzarlo. Y el Maestro fray Luis afirmaba que los versos no los hacía él, sino que se la caían de las manos.
Quizá le suene algo naíf , pero creo que la pregunta es importante: ¿tiene la poesía alguna utilidad?
La poesía siempre es otra mirada sobre el mundo o un fulgor, y Emerson decía que le llega a todo el mundo, pero un cuarto de hora antes de morir, lo que es una manera de decir que es una mirada en la que se nos concede ver la belleza que no vemos a diario. La poesía sería una visión distinta y que rara vez sucede o que quizás sucede y no hay manera de llevarla al papel. Esto mismo quiere decir que un poema puede ser, y es, con frecuencia, un lugar de restañamiento de los esquina mientos , de restauración de nuestra propia humanidad. A cada uno nos roe bastante la vida real con sus esquinamientos.
Últimamente parece que desde la literatura y la ciencia misma se ha aceptado la idea de que la realidad no existe y que esta ya no interesa como objeto literario. Ya Baudrillard a finales del siglo XX anunciaba que la realidad había sido asesinada, y esta idea parece aún vigente. ¿Cómo podemos recuperarla, demostrar que sigue palpitando?
En mis tiempos ya no jóvenes, comenzó a hablarse ya de la muerte y funeral de todo, de Dios para abajo y, desde luego, de la novela y de la poesía, a menos que la poesía fuera un arma para combatir en ciertos frentes ideológicos, aunque entonces eran meramente versos, incluso buenos, pero no poesía. Mi generación o aquellos a los que interesaban estos análisis nos dimos ya algunos golpes contra la supuestamente muerta realidad, pero se nos avisó enseguida de que pensar sobre ‘pensares’ y ‘abstractos’ no es realidad. Y, por ejemplo, un excelentísimo especialista en asiriología, Jean Bottéro, explicaría luego acerca de estas teorizaciones actuales sobre la historia y la antropología y las teorías de las civilizaciones. Él pensaba que no son sino mitologías modernas, fundadas no sobre lo verdadero, sino sobre lo parecido y coloreadas con una jerga pseudo-científica. Pero quizás sea suficiente recordar lo que para Sócrates era una clara realidad: la muerte y los impuestos. Menos filósofo que J. Bottéro, a mí, afirmaciones como las del señor Baudrillard y todas aquellas muertes y funerales a los que ya le he dicho que asistimos, me parecen predicaciones del barroco como la del famoso sermón donde se aseguraba que el hombre es menos que nada porque, si fuera nada, ya sería algo.
Su primer poemario, Tantas devastaciones , se publica en 1992, veinte años después de su primera novela. ¿Empezó a escribir poesía más tardíamente? ¿O era reticente a publicar? En ese caso, ¿a qué se debe dicha separación en el tiempo?
El primer libro se publicó porque lo hizo un amigo a quien dejé unos poemas. Probablemente no se me hubiera ocurrido publicar poemas, o esto pienso ahora, y que no tendría que haber reincidido.

Desde aquel primer poemario se puede apreciar que hay cierta trayectoria o tendencia al optimismo y al vitalismo. Los primeros son obras desgarradas que dan una visión del mundo no muy amable; mientras que los últimos celebran la vida y la belleza de la realidad. ¿Cómo podemos entender este cambio? ¿Guarda alguna relación con que la naturaleza y su contemplación también hayan ganado un peso notable en sus últimos poemarios? Ciertamente que yo también, durante un tiempo, he asistido a los funerales de los que hablábamos antes, que eran asesinatos y entierros muy intelectuales, pero quizás, como usted dice, por una cierta intensidad de la belleza de la naturaleza, o porque mis viejos amigos, como el arcipreste de Hita, me llamaron y me percaté de que no se puede pasar por esa belleza sin celebrarla, y por este mundo sin reírse de sus cosas y de las nuestras.
También puede apreciarse una manera de versificar distinta en sus últimas obras, casi cercana al haikú, en ocasiones. ¿Qué busca con esta brevedad y concreción?
Un entendido en estas cuestiones de poesía nipona escribió sobre un poemilla mío que se llamaba “Otoño”, que es un auténtico haikú. Y explicaba las razones, pero yo solamente puedo decir la simple verdad, que el resumen de todo este asunto es que, en mi caso se cumplía la fábula del asno que tocó la flauta por casualidad: yo he hecho un haikú sin pensarlo. Pero me parece que aquí está el quid de toda escritura, porque lo hermoso y lo verdadero en ella lo hace el otro yo que es quien escribe, según la teoría de Pasternak.
Usted ha llegado a decir que estaría más satisfecho si sus libros no llevaran su nombre. Creo que encaja muy bien con lo que ha expuesto sobre el otro yo del que hablaba Pasternak. En la novela esto es relativamente sencillo de llevar a cabo, porque puede hacerse que sean otros narradores los que hablen y que sean las vidas de otros las que se narren. Así, tópicos como el del manuscrito hallado, propio del género novelesco, también ayudan a poner distancia entre el autor y la obra. Ahora bien, ¿cómo se hace en poesía?
Pues mirándose poco a sí mismo, y nunca en espejos de aumento. Y, aunque no siempre es posible ni fácil distanciarse del yo del poema, es fácil sentir como ajenos los poemas que uno ha escrito, y hasta es bueno no apegarse a ellos, de manera que, si son ceniza, no nos importe.
La naturaleza es un motivo preeminente en su poesía, ¿le resulta más sencillo retratar el mundo a través de los pájaros, las flores y las nevadas? Probablemente mi mundo es así de limitado, pero me parece inagotable. Este número de TEMBLOR lo hemos pensado alrededor de los blancos que aparecen en sus poemas. Desde luego, son poemas llenos de colorido y de colores. Los rojos, los blancos y los azules, por hablar de algunos, tienen significados fijados muy concretos ¿por qué los colores tienen tanto peso dentro de su obra?
A esto último sí que no puedo contestarle, pero desde luego un azul como el de los acianos, pongamos por caso, me llega muy dentro, pero también me gusta el cine en blanco y negro y pienso que el blanco solo puede irradiar su fulgor, si está, por ejemplo, como la ropa tendida bajo un cielo cargado de tormenta como ocurre con el blancor de la ropa que agita el viento en Ordet de Carl Dreyer.
En El narrador y sus historias usted comentaba que, en la escritura, todo es un regalo, que no aparece espontáneamente de la carne y de la voluntad. ¿Decía esto en el mismo sentido en el que Hölderlin declaraba que el poeta es un intermediario entre los dioses y los hombres?
Yo he hecho unos poemas, pero no puedo hacer una teoría sobre la poesía o el poeta; yo solo he querido decir que a mí, por lo menos, se me ha regalado todo por parte del mundo que me rodea. No creo en ninguna misión de mediación sacral del poeta con los dioses: estas afirmaciones mistéricas son abusos románticos, que, a veces, resultaron muy venenosos.

¿Se considera un autor independiente? ¿Cree que su poesía tiene semejanzas con la de algún autor de su misma generación?
El concepto de generación es un concepto instrumental del estudio o de la crítica. La complicidad profunda puede ser más importante que la cronología, y la independencia no quiere decir que un mundo poético o una forma poética no tenga complicidades porque, al fin y al cabo, en poesía y todo lo demás no se es más que un eslabón en la gran cadena de las letras. Y creo que es a lo más que se puede aspirar, y a la independencia o a tener una voz propia, lo mínimo.
Ha dedicado muchos poemas a escritores pretéritos a usted. ¿Es una forma de diálogo, de mantener viva la complicidad que les une?
Hablo de personajes literarios o de otros, como de amigos o conocidos que no necesariamente tienen por qué que ser cómplices.
¿Tiene fe en la poesía joven?
Se encuentra uno con un poema y no con su autor, luego no me interesa nada de qué época o lugar es. Y, en un cierto sentido, la poesía sería una fidelidad a la luz que se vio en la juventud, según Coventry Patmore.
¿Cómo ve la cultura española? ¿Cree que la polarización ideológica la ha llevado a un callejón sin salida?
La veo efectivamente bastante ideologizada y en una calle de dirección única, y lo que podemos y debemos esperar es que cada cual hable por sí mismo y no en nombre de algo. Si no hablamos según nuestro sentir y nuestra propia voz, no habría una cultura de ninguna clase. Habría un discurso interminable y repetitivo: todo el mundo diciendo que las aldeas del conde Potemkin son maravillosas aunque nuestros ojos vean que son de cartón. Esperemos no llegar hasta ahí, pero ya sabe usted que los hombres somos criaturas muy imprevisibles. Decía Kierkegaard que hicieron la Torre de Babel por puro aburrimiento. No veo nada segura la pervivencia de la vieja cultura que llamamos clásica porque resulta más fácil hablar por hablar.