Nos encontramos para tomar un café en uno de los tantos bares de toda la vida que abundan en el barrio de Aluche. Es uno de esos extraños días de marzo en los que la lluvia aún no se ha hecho con la ciudad y las terrazas se llenan de vecinos que buscan el sol desesperadamente. Elik G. Troconis es mexicano, ha venido a Madrid a cursar el máster en Escritura Creativa en la Universidad Complutense. Acaba de publicar su segunda novela La conquista de la tecnología (Thyrso Editorial), que ya puede conseguirse tanto en nuestro país como en México, donde se está empleando como lectura en las escuelas. La novela nos sitúa en un futuro distópico donde todos los textos existentes se encuentran dentro de una misma plataforma centralizada, la Biblioteca Digital Universal. Troconis nos invita a reflexionar por medio de la sátira sobre las consecuencias políticas y sociales que esta situación, no tan lejana, podría acarrear. Empezamos a hablar de forma distendida, saltando de Ray Bradbury a Octavio Paz, para llegar, por supuesto, al futuro de los libros en papel y al papel de la tecnología.

Quería darte la enhorabuena por la publicación de tu segunda novela, que tengo entendido que ha salido de forma simultánea en México y España. No muchos autores pueden presumir de tener proyección internacional a una etapa tan temprana.
Sí, de hecho la última presentación aquí en Madrid fue hace nada, el 13 de diciembre del año pasado, en la Juan Rulfo, la librería del Fondo de Cultura Económica. En el tema de la publicación en los dos países ha influido también la fortuna: el editor y yo lo planeamos desde un inicio, sabiendo que a finales del 2018 yo estaría en España, y que podríamos sacar el libro entre noviembre y diciembre. Y en México podríamos presentarlo tan pronto como vuelva allá. La posibilidad de presentarlo en el Fondo, de todas maneras, surgió una vez aquí y ha sido un gran regalo.
Vamos a pasar a hablar de la novela en sí. Cuando uno indaga un poco en el argumento y lee sobre el proyecto de la Biblioteca Digital Universal, lo primero que le viene a la cabeza —o al menos eso me sucedió a mí— es preguntarse: ¿no es algo que ya existe?
Existe como proyecto y existe como posibilidad, a punto de desarrollarse. La Biblioteca Digital Universal es un proyecto desde hace años. El mayor intento que se ha hecho, probablemente, fue Google Books, aunque hubo otros paralelos; y, sin embargo, todos se han frenado por algún motivo. Como proyecto sigue fuerte, en pie; no deja de ser esa idea de que todo el conocimiento y el patrimonio textual esté al alcance de cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento.
Una de las cuestiones que discutimos el editor y yo era justo eso: si vamos a sacar este libro, tenemos que hacerlo ahora, porque si los sacamos después ya no será ciencia ficción. Entonces, existe el proyecto y yo lo único que me permití fue llevarlo al momento en el que esté consolidado. Google Books, Proyecto Gutenberg y algunos otros ya tienen una buena cantidad de volúmenes en línea, pero siguen existiendo toda una serie de impedimentos: de derechos de autor, de derechos comerciales, etc., que lo hacen un poco más difícil, pero no inalcanzable. Lo que hice fue tratar de imaginar cuáles serían sus posibles consecuencias, en un tono satírico, por supuesto, exagerado, recurriendo a la hipérbole, pero reflexionando sobre qué podría suceder.
¿Y la idea surge antes o después de que tú tengas conocimiento de todos estos proyectos? ¿Cómo nace exactamente?
Cuando comencé a escribirla estaba en la carrera, en la facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, y tuvimos todo un semestre de Historiografía General dedicado a la historia cultural, con autores tan importantes como Roger Chartier o Robert Darnton, que han estado mucho tiempo trabajando precisamente sobre esta idea: el propio Darnton había estado a la cabeza de Google Books. Conociendo estas fantasías —porque eso parecían hasta hace unos años—, fue que empecé a pensar en el “qué pasaría si”. Así que sí, nace de un conocimiento preexistente y de querer llevarlo al extremo.
Antes has mencionado de pasada los derechos comerciales y de autor, pero ¿cuáles crees que son los impedimentos de fondo que hacen que hoy en día no pueda tenerse una Biblioteca Digital Universal? ¿Crees que existe cierto fetichismo hacia el libro como objeto material?, ¿o crees que existe alguna necesidad más fundamentada para querer salvaguardar lo que podríamos denominar cultura analógica?
Ambas, e incluso otras. Por ejemplo, creo que el principal impedimento de tener una Biblioteca Digital Universal, en los términos en los que la planteo, serían todos los intereses económicos y comerciales que giran en torno a ella. Al final, tener una única biblioteca donde esté todo nos plantea el quién lo va a administrar, cómo, hacia dónde, con qué fin… Porque, si bien la idea es poner el patrimonio textual a disposición de cualquiera, no sé si lo haría efectivamente más cercano a más personas.
Por otra parte… sí creo que existe cierto fetichismo. Hoy escuchamos en todas partes “es que a mí me encantan los libros impresos”, “es que oler las páginas…”. Sí, bueno. Existe la fantasía que nos hacemos nosotros mismos, los lectores. Sin duda hay cosas extraordinarias de los libros impresos: incluso a nivel psicológico está demostrado cuánto puedes retener desde un libro en papel en contraste con uno digital. Pero, además —y eso también lo intento tratar en la novela—, yo creo que sí, que el resguardo de todo acto humano debería tener copia segura. No en vano, en inglés el término es hard copy o safe copy, copia de seguridad.
Tampoco es la intención de esta novela decir que uno esté peleado con el otro. Creo que podemos tener una biblioteca digital mundial y a la vez una copia segura de todo. Porque, por supuesto, que se imprima un libro en un país determinado, y que circule, es fantástico, pero a veces las circunstancias lo hacen complicado: zonas alejadas de las ciudades, por ejemplo. El formato digital hace esta distribución mucho más asequible. Entonces, no creo que sea uno u otro; sino uno complemento del otro. Yo diría que La conquista de la tecnología no es tanto una crítica al libro electrónico como una crítica a la reacción social ante determinado tipo de proyectos.

En relación con eso primero que has dicho, dada toda la producción que hay ya escrita y que crece día a día, gracias a Internet, imagino que este proyecto debería estar respaldado por algún tipo de sistematización. Al fin y al cabo, Internet nos da a todos —al menos en principio— la posibilidad de escribir y ser leídos. La cantidad de información es ingente. En ese proyecto de biblioteca digital, ¿qué es exactamente lo que se incluiría?, ¿sólo aquello considerado “cultura”? ¿Cuál sería la criba para determinar qué se introduce en el fondo y qué no?
Creo que aquí hay varias cosas que se interrelacionan. Uno, que en nuestro modo de producción actual es imposible no ver un objeto como una mercancía, entonces, aunque hayamos estado llamándolo biblioteca, se trataría más bien de una librería. Habría ejemplares que podrían ser distribuidos gratuitamente, pero no todos. Eso por una parte…
Y en ese sentido, entiendo que no sería muy diferente a lo que ocurre hoy en día en el mundo editorial.
Sí, y más ahora con plataformas que funcionan en todo el mundo, como Amazon. Tú puedes distribuir un libro en cualquier lugar. Pero, lo que sí es cierto es que sigue sin haber muchas versiones electrónicas de muchos libros, ya no hablemos de periódicos o revistas… Un proyecto como el que se propone en la novela sería de mayor envergadura. Y el envío de una copia física a veces sale muy caro. Insisto en que no sé si el ponerlo a disposición de todos haría que se consumiese más, pero al menos lo facilitaría.
Retomando la pregunta, ¿esa centralización no podría causar también que las obras sean mucho más susceptibles, si no de ser censuradas, de ser dirigidas conforme a un poder único que sostenga toda la cultura? En tu novela se sugiere algo parecido.
Van exactamente de la mano. Por un lado, hoy, con la autoridad de Internet —porque en eso se ha convertido—, ya no podemos estar seguros de las fuentes. Hoy ponemos en Google El idiota de Dostoievski, y nos encontramos con mil versiones distintas; sin saber cuál está completa, quién la ha traducido, etc. Ahí entrarían en juego las antiguas figuras de autoridad: antes había un autor, un editor, un traductor incluso, y eso era lo que legitimaba la obra. Hoy se diluyen esas figuras. Si hubiera plataformas que con toda seriedad pusieran el patrimonio textual ahí, tal vez se podría combatir esta desaparición parcial de las autoridades pero, como bien dices y como se dice en la novela, aparecería el peligro del monopolio.
Es un terreno pantanoso, al final.
Claro. No es el caso arruinar el final de la novela, pero estando todo en manos de una organización central, una empresa o una institución, el peligro es evidente. Y al mismo tiempo no sé si, como sucede hoy, que algo esté publicado no signifique que sea de una extraordinaria calidad, ni que no lo sea…
Bueno, claramente no es una garantía de calidad, pero el hecho de que se invierta en recursos para una publicación (materiales, proceso editorial, de impresión, etc.) implica una apuesta en esa obra: bien por su calidad o por tener la compra asegurada por otros motivos… También se invierte en la obra digital, pero obviamente la inversión es distinta. Incluso el porcentaje que percibe el autor por cada venta es muy diferente.
Sí, pero vuelvo a lo mismo: ¿cuántos libros supuestamente escritos por políticos están publicados? Y que estén publicados no avala su calidad. Ni siquiera que el nombre que aparece en la portada sea el del verdadero autor del libro. Ese fenómeno se da en lo impreso y se dará en lo digital. No sé si en las mismas proporciones.
Volviendo a la forma en la que está escrita la novela, también lo has mencionado, decidiste hacerla corta y en forma satírica. ¿Fue consciente la elección de ese formato?
Desde un principio sabía que iba a ser una sátira. Cuando me puse a pensarlo, la primera idea que tuve para este libro fue su forma de terminar. Lo pensé como un cuento. Dándole vueltas, pensé que podía ser una novela corta y que el tono tenía que ser sí o sí satírico. Eso determinó también la extensión de la novela. Los chistes largos usualmente son malos [risas]. Si este libro iba a contar con el humor, debía ser corto; capítulos breves que tuvieran cierta fugacidad y cierta chispa. También el proyecto tomó un giro cuando el editor lo hizo propio y decidió, por ejemplo, que Jorge Mendoza, un reconocido ilustrador mexicano, participara con la parte gráfica.

Y para terminar, quería hacerte una última pregunta que no tiene ya que ver con tu novela. Como ya sabes, en Temblor tenemos como eje central la poesía. Has hecho tus incursiones en novela, en relato, tengo entendido que incluso en teatro tienes algún proyecto, ¿pero cuál es tu relación con la poesía? ¿has escrito o te has planteado alguna vez escribirla?
Sí, creo que comencé, como la mayor parte de los adolescentes ingenuos, escribiendo algunos versos y después lo fui tomando más en serio. Sobre todo en el semestre pasado, en el máster que estoy cursando en Escritura Creativa, pude entenderla un poco mejor. Entender cómo se lee y cómo se escribe. Si bien ya había escrito y hecho bastantes ejercicios, creo que ahora tengo una concepción distinta, más entendida. Y, de unos meses acá, he escrito mucha poesía de distintos tipos y la entiendo como parte de un todo. Creo que la Literatura es un género. No creo que las barreras entre poesía, narrativa, teatro, estén tan claras. Creo que enriquece mucho el trabajo dentro de todos los campos. La poesía, por su forma y por sus características, expresa cosas que el resto no puede. Igual que ocurre con el teatro o con la narrativa también. Para mí, leer y escribir poesía es indispensable.
Muchas gracias, Elik. Enhorabuena por tu novela y te seguiremos la pista, sea en el género que sea.
Muchas gracias a vosotros.