Hoy en día, ser artista es una labor insufrible e incierta. La realidad, siempre y cuando no sea elevada a las esferas del show bussines, no interesa y las fronteras entre la obra, el artista y la persona se han desdibujado completamente. Antaño, cuando los idilios de la modernidad, el camino del artista estaba algo más claro. Para Oscar Wilde, había dos vías: ser una obra de arte o producir una obra de arte. Eran veredas que aunque podían confluir no eran equiparables. Wilde, aun siendo escritor, emprendió el camino alternativo; el de convertir su vida en objeto artístico. «Los buenos artistas existen simplemente por lo que hacen, carecen de interés por lo que son», llega a decir Lord Henry, en El retrato de Dorian Grey. Wilde entendía que la obra era un apéndice de la vida y en su afán por cubrirla por completo, no podía conformarse con ser un mero productor de objetos artísticos. Él quería existir por lo que era, no por lo que hacía.
Young Beef no puede ser un artista, según él mismo, porque ya no hay arte. «Se ha acabado el arte, hermano, se ha acabado. Hace diez años había arte. Ya no hay arte. No ha sido justo hace diez años, pero ha pasado algo», apunta en una entrevista para Rewisor Magazine [1]. «El arte es como un destello de algo bueno», añade, para acabar señalando que ya no puede existir el arte en esta realidad, que no puede darse porque es como hacer un chiste sobre un muerto, que no hace gracia. Esta afirmación parece una reformulación de aquella otra de Adorno: «No se puede escribir poesía después de Auschwitz». Desde luego, hay que salvar las distancias, pero ambas sentencias participan de la misma esencia: el horror de la contemporaneidad imposibilita la belleza. Así, para Young Beef, el arte ha sido sustituido por el consumismo y el mercantilismo. Cuando le preguntan si él va a aportar más arte al mundo, responde: «Yo no, yo no aporto na’. Yo solo soy un consumidor más».
Sin embargo, éste comparte con Wilde aquella voluntad de existir por lo que es y no por lo que hace, aunque si ya no hay arte, dicha pretensión queda reducida a una cuestión de mercadotecnia. De hecho, cuando Ernesto Castro le pregunta por cómo entiende el ser rico, Yung Beef actualiza, quizá sin saberlo, la premisa de Wilde: «Para mí, la definición de rico es una persona que no busca dinero sino que se convierte él mismo en dinero […] No te hace falta dinero. Tú eres dinero» [2]. Efectivamente: no se gana dinero haciendo música trap, se gana dinero siendo Young Beef.
Fernando Gálvez aka Yung Beef
Fernándo Gálvez Gómez (1990, Granada) es conocido como El Seco, Fernandito Kit Kat o Yung Beef, su alias más sonado, el cual referencia a la canción de Lana Del Rey, Young and Beautiful. Su vida antes de la música es la de un buscavidas: chatarrero, camarero y kitchen porter en Londres. A su vuelta, comienza a hacer música con los Kefta Boys. Más tarde, junto con algunos de sus miembros, se mudaría a Barcelona, donde fundaron Pxxr Gvng, con la incorporación de D. Gómez (aka Kaydy Cain). Con ellos, crearía otros grupos como La Mafia del Amor, de reggaetón o Los Santos, una versión renovada de Pxxr Gvng.
Decir que Yung Beef es uno de los pioneros del trap en España implica más cosas de las que podría parecer en un principio. ¿Qué es el trap?, para empezar. Etimológicamente, trap es un término inglés que hace referencia a la zona donde se mueve droga. Si se analiza musicalmente, el trap es una evolución estética del rap, que se da al mezclar sonidos procedentes de la música electrónica como el EDM y las bases de rap clásico. Pero, si le preguntas a Yung Beef, el trap es cocaína y follar [3]. En esta definición, una de tantas que hace, la música ni siquiera aparece. Y es que la música tan solo es el medio en el que cristaliza las pretensiones de este autor; una forma sencilla de producir y distribuir a través de la cual difunde una suerte de filosofía hasta el punto que la faceta menos interesante de su figura es la de músico.
El concepto
Jean Dubuffet, gran defensor del arte bruto, comenzó a hacer música a principios de los años sesenta. Aun siendo talentoso al piano, rápidamente se aburrió del instrumento que conocía y empezó a añadir a sus sesiones de improvisación otros nuevos. «Al no saber tocarlos, los usaba a mi manera» [4], reconoce el francés en su biografía. Éste, fervoroso crítico de la academia y de las metodologías de aprendizaje férreas, adelantó una manera del hacer artístico intuitiva y desvinculada del refinamiento virtuoso. Esta actitud, tan anti-burguesa, se encontraba en los inicios del punk; cuando una panda de analfabetos musicales se subía a un escenario a gritar y a aporrear sus instrumentos. Yung Beef recoge el testigo. Él no es músico ni pretende serlo y aunque maquille sus deficiencias a base de autotune y producciones musicales resultonas, lo que él hace obedece a la creación de conceptos.

Cuando hablamos aquí de conceptos no debemos ir a buscar parangón en el arte conceptual, que pretende crear un discurso a pesar de la obra, sino más bien a una suerte de impresionismo. Su actitud, lo que diga o calle, cómo viste, su performance, su relato biográfico, todo, en general, ordenado según la canción y el videoclip buscan despertar en quien lo contempla una emoción o apuntar una idea sencilla. Llegados a este punto, podría preguntarse uno, ¿y qué música no pretende alumbrar una emoción o una idea? Desde luego, todas lo buscan, pero por norma general lo hacen tomándose muy enserio a sí mismas; poniendo el producto musical por encima del concepto; asumiendo que, como poco, ha de haber corrección formal.
El protagonista
Esta completa negación de la corrección formal, encuentra cierta justificación en sus orígenes marginales. Yung Beef, como tantos otros, vienen de mundos donde el menudeo de drogas, la delincuencia y las bandas son la norma. La música, por tanto, es un medio para salir de la pobreza y de las inclemencias de la vida callejera. «Ahora vivo bien, como y fumo bien» [5], dice Kaydy Cain en una de sus canciones. A este binomio, habría que añadirle el sexo para que quedasen dibujadas las ambiciones básicas de cualquier cantante de trap. Yung Beef, lo ha conseguido y, sin embargo, de nuevo no es solo gracias al producto musical.
Lo real gusta, está de moda, pero esta nueva hambre de realidad se sacia a través de canales perversos. María Zambrano ya anunciaba que el problema de la modernidad era el de la realidad y, más concretamente, el de la actitud del hombre frente a ella [6]. El problema sigue vigente. No interesa penetrar la realidad en busca de su poso; es preferible un relato adulterado. Sin ir más lejos, lo real solo interesa cuando se ha retorcido hasta convertirla en espectáculo. Y Yung Beef, de manera consciente o inconsciente, ha hecho de su vida un reality show de lo más apetecible para todos aquellos ávidos de lo real. A través de Instagram, YouTube, y los medios tradicionales se ha forjado el relato de un pequeño gánster que pasa de deambular por las calles a desfilar en las pasarelas de moda más importantes del planeta. Sabe revestir su figura de excepcionalidad, transmutarse en esa rara avis que oscila entre el barrio y las campañas publicitarias de Calvin Klein. Y sabe que lo excepcional vende.
El lenguaje
«Los poetas y los artistas solo conmoverán y empezarán a interesar al público cuando le hablen en la lengua vulgar en lugar de en su lengua pretendidamente sagrada» [7], dice, de nuevo, Jean Dubuffet. Es fascinante hasta qué punto pueden encontrarse paralelismos entre el trap y las propuestas teóricas del autor francés. Para el caso, lo crucial es esa idea de abandonar el lenguaje sacralizado por los diccionarios, manuales de dudas y los académicos para abrazar uno vivo, lo suficientemente fresco como para que admita sobre su superficie las huellas de una vida y unos intereses. Encontramos neologismos, castellanizaciones de palabros ingleses como josear (de hustler) o janguear (de hang), que dan lugar a un slang fascinante que ya venía siendo usado en Latinoamérica y en Estados Unidos. Claro está, el lenguaje de Yung Beef no se ocupa de axiomas epistemológicos, sino que en él cristaliza un mundo de drogas, de dolor, de muerte, de sexo, de éxtasis, de tristeza y satanismo.
[1] El arte según Yung Beef – https://www.youtube.com/watch?v=RqSYHGxD0Lc [2] Yung Beef en diálogo con Ernesto Castro – https://www.youtube.com/watch?v=VbEcfV-z9-s&t=849s [3] Prieto, Darío. «El ‘trap’, la música que odian los padres», El Mundo. http://www.elmundo.es/cultura/2015/08/19/55d39915ca47412d288b4587.html [4] Dubuffet, Jean. Biografía a paso de carga. Síntesis. Madrid. 2004 [5] Kaydy Cain – Perdedores de Barrio https://www.youtube.com/watch?v=UuVp8iqzxzo [6] M. Zambrano, Filosofía y Educación. Manuscritos (edición de Á. Casado y J. Sánchez-Gey; Málaga 2007), 141 [7] Dubuffet, Jean. Asfixiante cultura. Ediciones del Lunar. Jaén. 2011, 28