Josefina de la Torre Millares es una de esas figuras fascinantes que, por diversas e injustas razones, sigue siendo una gran desconocida para lectores y críticos. Fue un torbellino creativo y una mujer polifacética: poeta, novelista, cantante, actriz, músico… A lo largo de estos artículos vamos a ir desgranando su versatilidad artística analizando cada una de sus facetas; empezando por la construcción de su poética.
Nacida en 1907 en el seno de una de las familias más importantes e influyentes de las Islas Canarias, disfrutó de una infancia feliz rodeada de cultura. De la Torre fue la menor de seis hermanos y ya, desde pequeña, quedó clara su vocación artística. Junto a sus hermanas recibió una educación basada en la música. Aprendió a tocar el piano, el violín y la guitarra y fue su tío, el barítono Bernardo de la Torre, el que descubrió la curiosa tesitura de su voz y la inició en clases de canto. Gracias al Teatro Mínimo, que fundó junto a su familia en su casa de la playa de Las Canteras en 1920, descubrió su amor por la interpretación. Toda esta precocidad artística también va a reflejarse en el plano literario, ya que escribió su primer poema con solo siete años y lo dedicó al poeta Alonso Quesada.
Sin embargo, el primer poema que publicó fue con motivo de la muerte de Benito Pérez Galdós, el 4 de enero de 1920 , en La Jornada (Diario liberal de Canarias):
Yo noté al levantarme que el día era sombrío; sentí una gran tristeza dentro del pecho mío. Presentí, entonces, algo, Y mi hermana me dijo: —¿Sabes, hermana, sabes? Se ha muerto don Benito. ¡Don Benito! Aquel viejo que estaba cieguito, aquel que me gustaba porque me daba el cariño. —Hermana, hermana, hermana, ¿ha muerto don Benito? Todos, todos, lloraban, todos, todos, los míos. Y hasta mi pluma ahora al escribir, sin ruido, es como si callara: ¡Ya murió don Benito!
Sorprende la cantidad de poemas que Josefina de la Torre publicó en revistas y en antologías y que después no han sido recogidos en sus poemarios ni en sus antologías. Su primer libro de poemas lo publicó en 1927 bajo el título Versos y estampas, prologado por Pedro Salinas. Aquí ya vamos a poder apreciar la estética que se va a mantener a lo largo de su toda obra poética y que va a culminar en Poemas de la isla (1930), su segundo poemario: la insularidad es uno de los rasgos fundamentales para entender su poesía. La isla de Las Palmas va a estar siempre presente como telón de fondo de todos los recuerdos felices, los sueños y los anhelos. Va a ser la Ítaca a la que va a dirigir siempre su mirada. Josefina de la Torre se va a situar entre dos corrientes: la primera de ellas va a ser el último modernismo canario, representado por Alonso Quesada, Saulo Torón y Tomás Morales. De ellos va a tomar el tono romántico, las descripciones narrativas y la forma de representar el mar en su esencia. Estos aspectos se pueden apreciar en el siguiente poema de Versos y estampas:
Sobre la superficie del mar encandilado de las seis de la tarde, saltan algunos peces que dejan sobre el agua, al caer, una onda. Así, a trechos, bordado el mar por esta aguja parece que sonríe: sonrisas que se ensanchan y cierran lentamente; sonreír de la orilla, encaje de la falda azul y transparente.
Por otro lado, De la Torre va a estar muy influenciada también por la Generación del 27 (no podemos olvidar que ella junto a Ernestina de Champourcín fueron las únicas representantes femeninas de la generación en la Antología de Gerardo Diego) y en especial por Lorca, Alberti y Salinas. De los dos primeros va a tomar el neopopulismo del Marinero en tierra y del Romancero gitano, trayendo de vuelta formas estróficas tradicionales, como el villancico o el romance; así como el tono lúdico e inocente que a veces aporta el uso de diminutivos, como podemos ver en esta composición de Poemas de la isla:
Mi falda de tres volantes y mi blusa desprendida, qué bien me adornan andares y brazos del aire libre. ¡Cómo se ondea mi falda desde el volante primero perseguida curva eléctrica hasta la rodilla firme! Y mi blusa desprendida viento y calma, sol y sombra, cómo juega y se persigue desde el hombro a la cintura. ¡Ay qué me gusta mirarte espejito biselado, cristales de las esquinas, gafas de los estudiantes! ¡Qué bien me veo pasar remolino de las brisas pequeña y grande, confusa huella blanca en el asfalto!
Al igual que Salinas, Josefina de la Torre también se va a lanzar a la búsqueda de la palabra concreta. Ha comenzado la búsqueda de su voz poética, que ya no va a abandonar jamás. De esta forma las palabras se convierten en tabla de salvación:
Pero no me dejes sola. Dime palabras y ritmos y gestos para el alcance y voces acompasadas. Pero no me dejes sola. No es presencia ni vaivén ni caminito seguro ni ruedecitas del aire ni luz, ni sol, ni mañana. Es un presente, constante, aquí, cerca, más, despierto, vivo, alerta, repetido, único instinto posible. Dime tu palabra intacta de luz repetida y libre. Pero no me dejes sola.
Con la publicación de Marzo incompleto (1968) se va a producir un cambio en su voz poética. Entre la publicación de su tercer poemario y del segundo van a transcurrir casi cuarenta años en los que la vida de nuestra poetisa ha cambiado drásticamente. Durante la Guerra Civil, Josefina de la Torre volvió a Canarias y fundó junto a su hermano Claudio y la mujer de este, Merceder Ballesteros (la baronesa Alberta de La codorniz) la editorial La Novela Ideal, en la que publicaban novelas románticas cortas para señoritas de provincias con las que ganarse el sustento. Por lo tanto, Josefina de la Torre no se exilió como sus compañeros del 27, pero la losa del silencio y del olvido cayó con fiereza sobre ella, como un particular exilio. Los años han pasado y no ha conseguido ser madre, algo que ella deseaba fervientemente (recordemos que la maternidad frustrada y la ausencia del hijo también van a ser temas tratados por otras compañeras de generación como Concha Méndez y Carmen Conde). Lo mismo ha pasado con su sueño cinematográfico: tras participar en seis películas, no obtuvo su gran oportunidad, por lo que también lo abandonó, desengañada. Todas estas frustraciones vitales se van a verter en este poemario, donde el tono ya no es tan esperanzador y luminoso, sino que se torna reflexivo y oscuro. La voz poética se centra ahora en los desengaños:
Soñábamos un mundo fabuloso. Juntos, hubiéramos sembrado campos, construido fortalezas: vencedores, porque oíamos ambos igual eco. Hoy nuestros hijos ya serían hombres, muchachas que sonrieran su esperanza. Hijos de nuestro amor, árboles fuertes a cuya sombra nos acogeríamos. Jamás el mar hubiérase apartado de mi contemplación, hija de la isla, porque allá en su rincón, el mar antiguo habríame esperado cada estío. En las cuatro paredes de su cada —aquella que en imagen yo habitara—, hubiéramos vivido nuestras horas. ¡Qué jóvenes y fuertes los dos éramos! Edad nueva, increíble, misteriosa, que entonces parecíanos sencilla y hoy la sueño, impalpable, ya perdida.
Este tono negativo va a alcanzar su clímax en Medida del tiempo (1989), su último poemario. La muerte de su marido el actor Ramón Corroto en 1980 la va a sumir en una profunda depresión que se va a reflejar en sus poemas. Este poemario aglutina toda la estética de Josefina de la Torre, pues junto a las formas tradicionales —como las canciones asonantadas o los sonetos, que van a recuperar los recuerdos de la infancia de la poetisa; la insularidad y la búsqueda de la palabra concreta; encontramos también el implacable paso del tiempo y los desengaños que ya se señalaban en Marzo incompleto. La ausencia de su marido va a ocupar la última parte del poemario, con unos versos desgarradores y patéticos que ponen al descubierto la profunda herida que esta le ha causado. No podemos ignorar el poema que abre Medida del tiempo, que podemos fechar en torno a 1955, tras la muerte de Salinas en 1951 y antes de la de Altolaguirre en 1959. En este poema se dirige a sus compañeros de generación, a los que llama por su nombre de pila, y les reprocha el silencio y el olvido al que la tienen sometida, tras haber sido ellos sus maestros y guías. Conmueve sobre todo el final, que se presenta como una especie premonición del triste destino al que se ha visto abocada:
Mis amigos de entonces, aquellos que leíais mis versos y escuchabais mi música: Luis, Jorge, Rafael, Manuel, Gustavo... ¡y tantos otros ya perdidos! Enrique, Pedro, Juan, Emilio, Federico... ¿por qué este hueco entre las dos mitades? Vosotros ayudasteis a la blandura del que fue mi nido. Yo me formé al calor que con vuestras palabras me envolvía. me hicisteis importante. Con vuestro ejemplo, me inventé una ambición y tuve vuelos, insospechados de gaviota. Gaviota, sí, porque fue el mar mi espejo y reflejó mi infancia, mis septiembres... ¡Amigos que de mí hicisteis nombre! A la mitad vertiente de mi vida hoy os llamo. ¡Tendedme vuestras manos! Yo me sentí nacer, para luego rozar de los cimientos la certera caricia. Pero de pronto, un día me cubrió lo indefinible, algo sin cuerpo, sin olor, sin música... y me sentí empujada, cubierta de ceniza, borrada con olvido. ¿Dónde estabáis vosotros, compañeros, vuestras letras de molde, vuestro ingenio, vuestra defensa contra el desconocido ataque? ¡Oh, amigos! Enrique, Pedro, Juan, Emilio, Federico... nombre que no responderán mi voz. Manuel, Gustavo, lejos... Luis, Jorge, Rafael... Que aunque el afán vientos nos dé para encontrarnos, ignoro en qué ciudad y si llegará el día en que vuelva a sentirme descubierta.
Josefina de la Torre murió el 12 de julio de 2002 en Madrid, a la edad de 95 años. La prensa se hizo eco de la noticia, denominándola La última superviviente de la Generación del 27. En 2007, con motivo del centenario de su nacimiento, se organizó la mayor exposición sobre su vida y su obra en la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria. Se reconoció entonces su poesía como el enlace perfecto entre el modernismo canario y la Generación del 27.