Mucha gente se estará preguntando qué demonios hace un artículo como este en una revista como esta. Se quiera o no, lo más parecido a una fusión entre la tragedia griega y la típica telenovela venezolana de las tardes es la política que se hace en este país. El parecido tiene su motivo en algo fundamental: la representación. Y así, el político no es más que un actor que cree en lo que hace (un Daniel Day-Lewis que hace zapatos en Florencia) o que directamente es todo un Picasso denunciado por Boadella. Todo esto deja claro que la política se resume en la máxima: unos actores ante un escenario, y, por tanto, yo, como articulista de TEMBLOR, he decidido adentrarme por estos senderos llenos de chapapote y ofrecerles unas nociones de pragmática para no iniciados.
Así, en este juego teatral que es la política, resulta determinante el escenario. El salón de actos de un instituto de Villaverde no tiene el mismo toque que el Teatro Real, por muy transgresores que seamos. De ahí que el lugar donde se produzca la situación de, por ejemplo, un debate sea determinante para analizar el acto de habla: no es lo mismo hablar en plena campaña electoral que en el parlamento, o por televisión. Saber en qué consiste el tipo de lenguaje de los políticos y, sobre todo, cómo manejan algunos principios pragmáticos, como la cortesía, a la hora de tratar temas que conciernen a toda la sociedad, resulta muy interesante para cualquier estudioso del lenguaje, así como a las personas que tienen un cargo público o un papel determinante en un partido político. Welcome to the jungle!
Así, en el video de arriba se produce una situación en la que el periodista repite una pregunta. Podemos pensar que se está produciendo un equívoco, que no se están comunicando él y el entrevistado. O, tal vez, haya que rendirse a la fatal idea de que la política española es una ciénaga capaz de inundar la pragmática y de dar pie a momentos de vergüenza ajena, o, vistos con buen afán, momentos hijos del realismo mágico de García Márquez. Sea lo que sea, nos hemos de preguntar si Pablemos responde o no con cortesía, si la comunicación se puede dar realmente. En la televisión española esto parece una empresa homérica.
El principio de cooperación de Grice
Ya decía Green que la comunicación es un acto de fe. Una “creencia” en el lenguaje (en tanto que sistema) y en el interlocutor (ya sea una persona conocida o con la que no tenemos ningún tipo de relación), lo que nos viene a recordar las neuróticas ideas del novelista beat William S. Burroughs: “la lengua es un virus” o los aforismos filosóficos de Benjamin -el carácter divino del lenguaje como neutrón libre con el que el hombre crea su conocimiento, o esa idea del choque lingüístico que mejor se manifiesta en la traducción y que es puro extrañamiento, manifestada en el ensayo La tarea del traductor: “la traducción es tan sólo un modo provisional de confrontarse con la extrañeza de las lenguas”.
Así, al analizar las conversaciones partimos de la base de que hay un acuerdo de colaboración entre los hablantes, ya que el objetivo común es comunicarse. Superar el extrañamiento benjaminiano. Este principio, postulado por Paul Grice -el hermano gemelo de Rafael Alberti según qué fotos– recomienda adaptar las intervenciones en la conversación a la índole y al objetivo del intercambio verbal, y se denomina “principio de cooperación”.
Si volvemos al video, tanto el periodista como el anteriormente conocido como Coleta Transversal Morada no respetan el principio de cooperación de Grice. Así pues, si no se respeta tal principio se disuelve como un azucarillo la posibilidad de lograr una comunicación fluida, porque, en el fondo, seguimos unas pautas convencionales que los demás esperan que respetemos, y viceversa. Tan arraigado está en nuestro proceso mental el principio de cooperación que incluso cuando el oyente percibe que el hablante no cumple con el principio cree que este último está diciendo otra cosa. ¡Mejor un equívoco antes que pensar en la ruptura del principio de cooperación! Ilusos lingüistas, no conocieron el caldo político cañí.
Sea como sea, el principio de cooperación se rige según máximas, que representan normas específicas. Por lo general, se distinguen las siguientes:
Máxima de calidad o cualidad: concierne a la sinceridad del hablante. Submáximas específicas:
1. No diga nada que crea falso
2. No diga lo que no pueda probar adecuadamente.
Máxima de cantidad: se relaciona con la cantidad de información que debe darse. La contribución debe ser todo lo informativa que requiera el propósito del diálogo pero tampoco puede ser más informativa de lo requerido.
Máxima de relación: decir cosas relevantes, que lo dicho esté relacionado con lo que se está hablando.
Máxima de modalidad: relacionada con la forma de expresar las cosas. Se compone de varias submáximas:
1. Evite la oscuridad de expresión.
2. Evite la ambigüedad.
3. Sea breve (evite la prolijidad innecesaria).
4. Sea ordenado.
Ojo, las máximas no son normas estrictas, sino principios descriptivos con los cuales se puede analizar el comportamiento lingüístico. El incumplimiento de las máximas produce desajustes en el sentido o incluso algunas “sanciones sociales”. En la política, por ejemplo en los debates parlamentarios, se vulneran muchas de las máximas conversacionales: los diputados pueden irse por las ramas o incluir datos irrelevantes. Es más, en ocasiones harán uso del eufemismo para tapar la realidad. Veamos la siguiente situación:
Se está debatiendo una moción de censura y toma la palabra El Hombre Tranquilo que defiende su labor hecha hasta el momento, siempre con la calma y la contundencia propias de John Wayne.
Observamos en este caso cómo Mariano comienza su intervención alejándose del tema a tratar: la estrategia de no cooperación conversacional es tan insistente que Pablete Prosinecki hace aspavientos de incomprensión.
El debate parlamentario tiene sus propias reglas y la presidencia es la encargada de que se cumplan estas. Tengamos en cuenta que la lengua en la comunicación política se encuentra muy ceñida al contexto situacional, y el debate político, en este caso al desarrollarse en el parlamento, sigue una serie de reglas constitutivas que lo regulan y de las que es dependiente. Los propios engranajes del debate parlamentario explican la función de la presidencia -dirigir los debates, juzgar qué comportamientos contravienen la cortesía parlamentaria, etc. Llegados a este punto hemos de pensar en la relación entre la cooperación comunicativa y la cortesía, fundamental de cara a los debates políticos. Podría entenderse la cortesía verbal como una especie de cláusula del contrato conversacional -el principio de cooperación de Grice. El contrato, como ya sabemos, protegería los derechos y las obligaciones mutuas de las personas que traban una conversación.
En definitiva, y de cara a cualquier actividad pública, el emisor de un mensaje tiene que ser claro y cortés, como ya proponía la estudiosa Robin Lakoff.
Choque entre el principio de cooperación y la cortesía: la imagen pública en la política
En general, el debate político es uno de los actos de habla menos corteses -tanto da si es en el parlamento, en un acto de campaña o en un debate televisivo. No nos puede sorprender: en la política los diferentes interlocutores intentan imponerse sobre el contrario ideológico, es decir, intentan convencer al pueblo de sus posicionamientos ideológicos. Por ello, el mundo de la política se distingue por ser una partida de ajedrez donde se lucha constantemente por el poder: un grupo defiende su labor ejecutiva y legislativa mientras que la oposición aspira a ocupar su lugar. Todo esto antes de House of cards.
De ahí que el uso adecuado del lenguaje puede constituir un elemento importante para el éxito del objetivo perseguido. Esto explica que haya momentos tensos y de alteración, especialmente durante las campañas electorales, que se pueden explicar por el choque entre el principio de cooperación -que busca transmitir de forma eficaz una información- y la cortesía -con la cual se fabrica una estrategia al servicio de las relaciones sociales.
Es esta dinámica de confrontación dialéctica la que otorga al lenguaje de la política muchas peculiaridades únicas. En este caso Ojoloco Moody, Rajoy, defiende su posición de alfa frente a los embistes de Peter Kent. En los mítines los políticos suelen utilizar un lenguaje mucho más atractivo y accesible, evidentemente pensando en los potenciales votantes, mientras que en el parlamento se escudan en fórmulas de cortesía (señorías, ustedes, la presidencia concede la palabra a…) y expresiones lingüísticas demasiado técnicas, quizás por tener al contrario frente a frente. No obstante, en ambos casos se busca mantener una relación cordial cuando el político -el hablante- debe enfrentarse a un conflicto entre sus intereses y los del destinatario. Aunque, una vez más, dependerá del contexto.
Muy importante es la noción de “imagen pública”, una de las principales aportaciones de Brown y Levinson (1987). Para los citados autores, la comunicación es un tipo de conducta racional que busca la máxima eficacia – y por tanto cumple con el principio de cooperación de Grice. Según la teoría de Brown y Levinson toda persona tiene una doble imagen: la “imagen positiva” y la “imagen negativa”. La primera se refiere al deseo de ser apreciado por los demás. Por ejemplo, aquí Vacío Snchz intentó emocionar a todos los españoles:
La segunda nos muestra el deseo de libertad de acción frente a las intromisiones o injerencias del prójimo. La noción de imagen pública es universal: solo cambian los rasgos que la configuran de cultura en cultura. Así pues, si la cortesía es el conjunto de normas sociales que sistematizan el comportamiento adecuado de las personas, favoreciendo algunas formas de conducta y prohibiendo otras, cobra especial relevancia la imagen pública; parece claro que en la política -así como en las demás facetas de la vida- la imagen pública no engloba solo acciones lingüísticas sino que también examina otros aspectos: el aspecto físico de los interlocutores, el tono de su voz, etc. Como dice Javier de Santiago Guervós en su artículo Cortesía y descortesía. Pragmática y discurso político: “Luego para interpretar si un mensaje es cortés o no debemos tener en cuenta factores personales, sociales, culturales y esenciales del interlocutor” (2009:2).
Como vemos, la imagen pública debe ser cuidada: si no la imagen del político puede quedar vulnerada. En este sentido, los equipos de asesores y de campaña de los políticos deberían centrarse en las estrategias enfocadas a mantener y proteger la imagen pública negativa del interlocutor. Y si no que se lo pregunten a los asesores del nuevo CentroMan frente a las insinuaciones de Monedero Grillo:
En relación con lo anterior, observamos que la cortesía verbal conlleva una forma de comportamiento regida por principios de racionalidad. La racionalidad crea una serie de normas que se aplican para cumplir los objetivos marcados en la conversación, una conversación en la que siempre hemos de tener en cuenta el contexto situacional: este determina las estrategias de cortesía, por lo que no podemos estudiar únicamente el acto de habla, sino que hay que situarlo en el marco en el que se produce. Y además, como ya dijimos antes, la cortesía no es un aspecto lingüístico, sino que va más allá: de ahí que una oración aparentemente cortés sea en realidad una afirmación encaminada a destruir la imagen pública del contrincante. Por ejemplo, si comparamos la cortesía parlamentaria -en las sesiones plenarias hay un mayor requerimiento de la cortesía- con la del debate televisivo -o la del meeting-, esta última se puede ver disminuida por la exaltación de la actitud competitiva de los interlocutores, a pesar de la necesidad de transmitir una imagen moderada que proteja la propia imagen pública al ser un acto de habla más público, con más receptores. La cortesía del debate televisivo mantiene ciertas características (las intervenciones pautadas, el uso del usted, el uso de la ironía y la metáfora para cubrir la imagen pública, etc. También debatir mediante hologramas, ¡vaya modernez!) pero en muchísimas más ocasiones se falta a la cortesía o, más bien, se aleja de la cortesía encorsetada del debate parlamentario, puesto que ya no sigue unas reglas constitutivas. El debate televisivo es más libre en ese sentido. Esto favorece la proliferación de enunciados irónicos que busquen destruir la imagen pública del interlocutor o incluso también de intervenciones de inusitada violencia verbal. Esto nos ha regalado momentos esperpénticamente homéricos, que ni Valle ni nadie hubiera imaginado, o tal vez sí, porque todo viene de algo anterior, así que episodios así tendrán algún reflejo pasado en la historia española, aunque modernizados (Marca España):
Todas estas “estrategias” se refuerzan con elementos externos al sistema lingüístico: tono, gestos, etc. Por ello, al final prima el pragmatismo político: hay ocasiones en las que transmitir eficazmente una información hace prevalecer los principios conversacionales (la necesidad de concisión y claridad) por encima de la cortesía, cuando lo importante es la transmisión eficaz de información el intercambio es transaccional. Evidentemente, el éxito de esta descortesía dependerá de las cualidades que tenga como orador el político o de la veracidad de los enunciados que envía a los receptores (en este caso, los demás políticos presentes en el debate y los telespectadores). Más interesante sería la cortesía presente en los meetings, donde el comportamiento adecuado del político depende muchísimo más de las propiedades macrosociales (edad, sexo, posición social). El político que interactúa pretende, fundamentalmente, no perder los vínculos que le unen al grupo (es decir, a los posibles votantes del partido). A veces de forma muy intensa:
En definitiva, este tipo de nociones lingüísticas están mucho más presentes de lo que pensamos en el discurso. O al menos convendría pensar en tal quimera, incluso en la medianoche: nuestros políticos, sin embargo, intentan innovar en la aplicación de cualquier principio, siempre con resultados fascinantes.