I
En la declaración que encabeza el libreto de Reputation (Big Machine Records, 2017), “Algo que he aprendido sobre las personas” (“Here’s something I’ve learned about people”), Taylor Swift nos ofrece uno de esos textos que, probablemente sin pretenderlo, consiguen expresar el espíritu de su tiempo:
“Pensamos que conocemos a alguien, pero la verdad es que lo que conocemos es solo la versión de sí misma que esa persona ha elegido enseñarnos a nosotros. Conocemos a nuestros amigos bajo cierta perspectiva, pero no de la misma forma en que sus amantes lo hacen. De la misma manera que sus novios jamás les conocerán de la forma que sus amigos. Sus madres les conocen de modo distinto a sus compañeros de piso, los cuales los conocen de un modo contrario al de sus colegas de trabajo. Sus admiradores secretos los miran, y lo que ven en ellos es una elaborada puesta de sol de brillantes colores, magnífica, espiritual, única. Y sin embargo, un extraño que por la calle se encuentre a esa misma persona solo verá en ella a otro anónimo miembro entre la multitud, nada más. Podemos oír rumores acerca de una persona y creer que son ciertos. Un día, podemos conocer a esa persona y sentirnos estúpidos por habernos creído aquellos chismes sin fundamento alguno. (…) Pensamos que conocemos a alguien, pero la verdad es que lo que conocemos es solo la versión de sí misma que esa persona ha elegido enseñarnos. No habrá explicaciones adicionales. Lo único que habrá es reputación.”.
Por supuesto, el texto se trata de una respuesta/aclaración urbi et orbi por parte de una cantante que, como ha escrito Chuck Klosterman, ha manifestado como el mayor de sus poderes la capacidad para identificar su música y su vida personal de forma tan estrecha como para formar un todo indisociable, un todo que acaba haciendo a ambas más interesantes sin importar, como escribe Klosterman, nuestra identificación emocional con cualquiera de las dos [1]. Swift, de repente, ha decidido declarar la falsedad de aquella identificación entre vida y obra. Pero el texto hace de ello una declaración epistemológica apabullante por la contundencia y claridad de su expresión.
No podemos conocer al otro, sino solo el simulacro que este ha elegido (?) mostrarnos de sí mismo. Todo lo que conocemos de los demás es una versión. Frente a los demás, somos una imagen variable y nunca fija: una máscara por persona, un baile de máscaras por cada individuo… Un artificio de imposible aprehensión.
Mediante la respuesta personal de Swift, Reputation se convierte también, quizás, en la banda sonora de los tiempos de la posverdad. La cantante realiza un axioma general a partir del maximalismo de su experiencia: la corriente mayoritaria, que ha buscado en sus canciones la comprobación empírica de su historia sentimental, la revelación a un nivel de exclusiva de tabloide de los tiras y aflojas con sus novios y con sus rivales, queda desautorizada totalmente. La reputación de Swift es la fama, el grado máximo de la máscara: una versión para masas que supone la omnipresencia de una figura que, en esta situación, puede enseñar tanto como esconder. Pues la paradoja es que nadie parece saber que vivimos en una era de máscaras: la verdad se vende barata en cualquier simulacro con apariencia de autenticidad. A su vez, el arte, quizás el único modo legítimo de mentira, se desprestigia en un mundo en el que todo es y tiene que ser real…Esto es importante: la máscara no tiene por qué valer lo mismo para el artista que para lo demás. Para el artista, la máscara se trata de su privilegio, de un signo de libertad…
Taylor Swift es incognoscible. Todos somos incognoscibles. Pero ella, ¿se conoce a sí misma? No tenemos respuesta para eso, pero casi nos atreveríamos a decir que sí: lo que podemos afirmar es su absoluta conciencia de los mecanismos del juego (el juego, “game”, es un leitmotiv entre las canciones del álbum). En el mundo de las versiones, Taylor Swift es la reina. La cantante ha aceptado el baile. De este modo, Reputation se plantea como un álbum tan artificioso como autoconsciente: como un baile de máscaras, un espejo roto en fragmentos desde la misma imagen de su CD:
II
Por cada mentira que les cuento
Ellos me cuentan tres
Así es como funciona el mundo
En todo lo que piensa él ahora es en mí
(“I Did Something Bad”)
En este baile, los cantantes y artistas del pop se hallan en una posición tan privilegiada como peligrosa. Ellos se mueven en la representación constante, en un manejo continuo de su imagen y de las emociones de su público, en una sobreexposición que, sin embargo, les permite guardar y esconder todo aquello que queda fuera del ojo y del oído. Pero a su vez, el cantante posee una enorme dependencia de su público, que puede resultar fatal. La sobreexposición es tal que la imagen que han decidido proyectar puede convertirse en un auténtico dogma que acabe corrompiendo su control sobre la misma. Este control pasa entonces a su público: este se apropia de su versión, y se convierte, parasitándola, en el verdadero rostro tras la máscara.
Si algo ha conseguido Swift es haber logrado entender y subvertir todo esto, situándose por encima. Desde el primer momento, la artista ha tomado el control de su carrera imponiendo una personalidad propia: la Swift de la que habla Klosterman, cuyas canciones son indisociables de su figura; la misma que confiesa al entrevistador que “la falta de conciencia sobre uno mismo [“self-awareness”] es siempre el catalizador de la pérdida de relevancia, de la pérdida de ambición y de la pérdida del arte genial. Por ello, ha sido siempre para mí una meta a conseguir todos los días” [2].
Llega un momento en el que la figura de Swift corre peligro, ya sea por excesiva exposición (los detalles de las canciones que apuntan a aspectos de su vida personal, los versos que permiten desencriptar los nombres de sus ex…), o por la presuntuosa confianza del público en su “entendimiento”, que acaba desembocando en juicios sobre su persona: hacia su carácter calculador, vengativo, victimista, y al tiempo dependiente, frágil e ingenuo…
Ante esto, la posición de Swift es la de abrazar esas críticas y rumores e incorporarlos a su caudal musical, mediante la sátira de su fama. Swift se construye así una personalidad cambiante, que juega a su antojo, con absoluto control, con las máscaras que se le han ido colocando, de una manera efectiva en los frentes de la mítica y de la sátira. Reputation es, por el momento, la apoteosis de todo esto, pero el cambio ya venía de atrás. Si la iconografía de Reputation es la imagen fragmentaria e irreductible, en blanco y negro, y la acumulación artificiosa de titulares de periódico, la del anterior álbum, 1989 (2014), no era menos verídicamente engañosa: como señaló Anne Helen Petersen (en un artículo para BuzzFeed sobre el squad de Swift, el mismo por el que la genial Camille Paglia la llamó “Barbie nazi”):
No es ninguna coincidencia que la estética de “1989” sea la de la Polaroid: una estética que, en su manifestación contemporánea, tiene fuertes connotaciones de naturalidad, inmediatez y nostalgia, de una forma no muy diferente a las de algunos filtros de Instagram. Pero si la observamos detenidamente, la Polaroid, aunque tangible, no deja de ser una imagen sobreexpuesta, que juega con su limitación tecnológica a la hora de plasmar la plenitud del momento. Mirada desde lejos, la Polaroid puede comunicarnos ramalazos de diversión, alegría y amistad. Pero intenta acercarte, y lo que entonces observarás es algo borroso, confuso e imposible de reproducir. [2]
***
En esta transformación de la que habla Reputation, no solo hay que tener en cuenta lo estrictamente musical. Swift ha tenido un aliado imprescindible en Joseph Kahn, el director de los exitosos videoclips de 1989 y su nuevo álbum. Kahn es un descreído: alguien con un conocimiento y dominio magistrales de la poética de los géneros cinematográficos a quien, sin embargo, solo le interesa jugar con ellos con una ironía irreverente (como bien demostró en esa estupenda película de culto que es Detention [2011]). De este modo, Kahn es capaz de replicar determinados tropos genéricos y emotivos en treinta segundos de clip con la suntuosidad de una superproducción, al tiempo que arrojar una mirada cínica sobre ellos que los coloca, también, bajo la sombra de la superchería.
Kahn, en perfecta simbiosis con Swift, mitifica, busca la iconicidad. Pero, y sin anular esta, sembrando siempre la sospecha, la conciencia, de que todo es disfraz: todo lo cual genera entelequias continuas… Así, el vídeo de la pista que abre Reputation, “….Ready For It…”, otro actioner al modo de “Bad Blood” (2015) (cuya pirotecnia kitsch alcanza igualmente, sin rebozo, explosivas cotas de vergüenza ajena), se despega por completo del contenido de su canción (¿función a nivel subconsciente?) para ofrecernos el duelo de dos Taylor Swifts. Una se nos aparece como dominatrix gangsta de carne y hueso, capitana de una guarida llena de robots de reminiscencias arácnidas. Encerrada en una jaula transparente, encontramos a otra Swift cyborg, cuyo aspecto no puede sino recordar al de Scarlett Johansson en la versión cinematográfica 2017 de Ghost in the Shell… Los rostros de ambas se superponen: desde el comienzo, la cámara insiste en el brillo sospecho, artificial, de sus miradas…En la conclusión, el cyborg destruye en una apoteosis eléctrica a su prisión y a su captora, cuyo verdadero rostro se revela el de una máquina…
La inestabilidad de la personalidad se lleva un paso más allá en el vídeo del hit central de Reputation, “Look What You Made Me Do”. De la dualidad pasamos a lo proteico: un festival en el que la multiplicación de Swift parece no tener fin, hasta que todas sus versiones, presentes y pasadas, se posicionan en fila india en su conclusión. A pesar de esta igualdad final, tanto el vídeo como la canción quieren apuntar a un relevo, a la transformación de Swift y la prevalencia de sus nuevas versiones sobre las anteriores. En vídeo y canción, la Taylor 2017 descuelga el teléfono y responde maliciosamente que la vieja Taylor no puede acudir en este momento: “¿Por? Oh, porque está muerta”. En el vídeo, sobrevolamos un cementerio (en una panorámica con música de cuento de Disney) hasta llegar a la tumba de “Taylor Swift”, quien sale del féretro como una zombie para, en una novedosa panoplia de disfraces, imponerse sobre ¿quienes la han matado?
En “Look What You Made Me Do”, Swift resucita con un nuevo rol, como contraofensiva respecto al impuesto por otros, a su traición: I don’t like your little games/ Don’t like your tilted stage/The role you made me play/ Of the fool, no, I don’t like you. La(s) Taylor Swift de “L.W.Y.M.M.D.”, caracterizadas por su feminidad empoderada y agresiva, ya estaban anticipadas en la femme fatale que encarnaba en “Blank Space” y su magistral videoclip (Kahn, 2014), llevándola un estadio más allá. Así, la diabólica coleccionista de exnovios de “Blank Space”, Eva tóxica, preludia a la Reina de las Serpientes de “L.W.Y.M.M.D.”, nivel máximo de la Swift villana. De sierva a ama: la femme fatale ofídica de Swift se halla bien alejada de aquella que encarnaba hace unos años Britney Spears para interpretar…”I’m a Slave 4 U” (2001).
El videoclip ofrece otras manifestaciones de una Swift femenina y maléfica, desde la dominatrix hasta una caracterización reminiscente de nuevo de un personaje cinematográfico, en esta ocasión de una de las villanas “buenas” más fascinantes del cine reciente, la Harley Quinn interpretada por Margot Robbie en Escuadrón Suicida (Suicide Squad, David Ayer, 2016). La imagen de Swift siempre ha mirado para su configuración al cine, pero especialmente a un cine clásico que, ajeno a la Era de la Reputación, se componía de estrellas femeninas tan fascinantes como alejadas del conocimiento y del nivel mundano del público: ahí está su Ava Gardner particular (acompañada de Scott Eastwood, en hábil sustitución paterna) en la (meta)aventura africana “Wildest Dreams” (2015), nueva simulación de Kahn a expresa sugerencia de la cantante. Pero también su ya ineludible pintalabios rojo, símbolo arquetípico del glamour femenino hollywoodense, que Swift se ha reapropiado, como ha señalado Marlen Komar [4], como auténtico icono estético, junto con su poderosísimo bagaje centenario de connotaciones…


La Taylor Swift de Reputation habla continuamente, cuando habla sobre sí misma, de la construcción de la imagen, de su percepción variable, de la pluralidad del yo… Se vale de todos los tópicos vertidos sobre ella, para reapropiárselos como parte de un caleidoscopio sarcástico y benéfico. La estrategia de la metamorfosis, por otra parte, no es ni mucho menos novedosa: los grandes artistas pop, desde Bob Dylan en adelante, han sabido hacer de sus reinvenciones auténticos cataclismos (¿será el vídeo de “Look What You Made Me Do” el I’m not there [2007, Todd Haynes] particular de Joseph Kahn?). Sin ser el de Swift ni mucho menos tan extremo como se puede pretender, no puede ser más llamativamente autoconsciente. Lo que verdaderamente interesa y lo hace interesante, además de la calidad musical y poética del mismo, son sus imágenes, intenciones y significados. Reputation es, por descontado, un disco extraordinario.
Notas:
[1] Chuck Klosterman, «Taylor Swift on “Bad Blood,” Kanye West, and How People Interpret Her Lyrics», en GQ (October 15, 2015): https://www.gq.com/story/taylor-swift-gq-cover-story.
[2] Ibidem.
[3] Anne Helen Petersen, «The Genius Of Taylor Swift’s Girlfriend Collection», en BuzzFeed (January 7, 2015):
https://www.buzzfeed.com/annehelenpetersen/kaylor-forever?utm_term=.fqvwk2EdED#.guDVJRYLY9
[4] Marlen Komar, «The History Of Red Lipstick, From Ancient Egypt To Taylor Swift & Everything In Between», en BUSTLE (Nov 13, 2016): https://www.bustle.com/articles/190243-the-history-of-red-lipstick-from-ancient-egypt-to-taylor-swift-everything-in-between
*Todas las traducciones del artículo son obra del autor