Tres poemas de Manuel Onetti

Manuel Onetti, 31 de agosto de 1985, Écija. Cineasta y escritor. Ha publicado en diversos medios digitales (Revista Arte y Políticas de Identidad de la Universidad de Murcia, Hankover, La Réplica, Rebelion.org, Drugstore, Revista Penúltima…) tanto poemas como relatos y artículos de opinión. Ha participado en los libros colectivos de La espiral literaria y en Anónimos 2.0. dentro del festival Cosmopoética. Su primer libro de poesía Sol eléctrico amarillo se publicó en versión digital en la editorial Groenlandia en 2016 y en papel en Baile del Sol en 2017.  En 2018 se publicó su segundo libro Estallido en el Silo, en ediciones en Huida.

Como cineasta, su trabajo se ha proyectado en diversos festivales de video arte y cine experimental de Latinoamérica, España o Europa. En 2015, su película Cromosoma P fue seleccionada en la convocatoria Hamaca-Reina Sofía. Ha expuesto en el espacio Centro Cibeles de Madrid y participado en exposiciones colectivas como en el espacio ABM confecciones de Madrid.

 Manuel Onetti Temblor

 

Secando pipas de calabaza

Durante días sequé las pipas de la calabaza que me regaló Vita

sobre un paño en el poyete de la ventana de la cocina.

 

Las observaba sentado en una silla

con el sonido de la tetera en el fuego

pensando si estaba viendo morir algo

o nacer un fruto,

 

si me causaría felicidad comérmelos

o en cambio

me apenaría

 

si crecerían en mi estómago

o en cambio

morirían definitivamente

 

como toda esa nieve de ahí fuera en el suelo.

 

Vilnius

un grupo de mujeres habla como sonido de las vías del tren en movimiento y los cables de la electricidad que anuncian la llegada

seguramente vayan a visitar a sus hijos universitarios

toda la gente joven está en el mismo sitio

no hay nadie en las cabañas dice el aire;

 

un emigrante ruso fuma en la puerta de un lowhotel en chanclas y sin calcetines cuando empieza el agua nieve cortando el paso a los turistas,

hoy ya acabó su jornada en la fábrica de fibra ignífuga

 

las tres gracias de máscaras de oro vestidas con túnicas negras de piedra se inclinan sobre los peatones desde la cornisa del teatro,

a pesar del frío las heladerías están repletas de gente saboreando tarrinas de helado

la navidad está cerca

 

un chico joven habla ruso, inglés y hasta español porque fue emigrante en Barcelona

pero ahora recorre la noche borracho intentando encontrar la casa de su amigo donde hay una fiesta con muchas mujeres

 

en la estación de autobuses cinco niños con las cabezas rapadas y uniformes militares se sientan al borde de las dársenas descansando sus petates en el suelo,

cabizbajos quizás pensando en las cabañas vacías mientras esperan su autobús de vuelta a casa de la academia militar

 

en la pequeña iglesia hay bonitos frescos aunque ningunos están pintados con la destreza de Andrei Rublev

cerca en el mercadillo navideño soldados alemanes de la OTAN compran recuerdos para sus familias

y lejos en las afueras en el mercadillo de segunda mano Lenin es un suvenir,

 

 

la chica bielorrusa derrite chocolate en un microondas y lo vierte sobre un cuenco de fresas

fantasea sobre su viaje a Italia el próximo verano donde su amiga le presentará a un hombre

que la llevará a comer pasta y beber café y bailar,

 

caminando hay un barrio lleno de restaurantes de lujo con coches de lujo aparcados en sus puertas

con hombres con rostros sacados de Memorias del Este acompañados por bellas mujeres con abrigos de piel

y caminando más allá las antiguas fábricas soviéticas se han convertido en discotecas;

 

todo en esta ciudad es como el relámpago del trolebús contra los cables:

un instante de azul eléctrico sobre el cielo como fondo.

 

La noche profunda

Si aquí y ahora desde las afueras

la única vida realmente fuera el silencio frío

que se ha instalado en mi cuerpo,

me tumbaría al raso a contemplar las pocas luces aún brillando en las ventanas

sin apartar la nieve que cae sobre mi cara

como un manto sobre los hombros de un rey maldecido por su naturaleza.

 

Pero aunque la noche profunda ya esté aquí

la garganta callada sabe que habrá día de nuevo

-aunque sea un frío y corto día-

donde si fuera necesario un grito del sur causaría tal herida

en esta profunda noche capaz de despertar el invierno

y hacerle afrenta, en esta noche

que no parece tener fin ni luz ni calma

donde la sombra se ha fundido en una masa intocable que oculta el camino

reconocido sólo por los susurros de los que se niegan a dormir

y las ramas enterradas en la nieve

rendidas, esperando hasta el amanecer.

 

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